Salvador
Nos recuerdas que apenas tenías once años cuando Carrero Blanco se hizo personaje de todos los chistes sobre coches voladores, y nos lo dices así, sin ningún tipo de consideración para los millones de lectores de tu blog, que no saben muy bien (ni muy nada, en algún caso) quién fue ese energúmeno, algunos por ser demasiado jóvenes (ya quisieran…), otros por ser de latitudes cronopialmente opuestas y en plena primavera, a los que habrá que disculpar lógicos desconocimientos sobre certámenes aéreos en tiempos tan lejanos…Pero bueno, vale, tenías once años, y Carrero voló y Franco se enfadó y Puig Antich fue ejecutado (de eso tú no te enteraste). No fue ese tu momento, no. Aún faltaban algunos añitos, y cierto desarrollo de tendencias machaconas que habrían de acabar de endurecer tu ya de por sí pétrea mollera, hasta alcanzar los niveles suficientes de testarudez post-adolescente. Diecinueve años, veinte años… Carrusel de candidatas a Aurora y revuelo de posibles Héctor en formación de combate…
Sí señor, sí… Simplemente los ochenta, y tu bici suicida entre el tráfico de la ciudad, de casa (y el taller, y las fiestas matutino-vespertino-nocturnas, con su algo de madrugadas y lunas en diversas fases alucinógenas, y el tenderete en el mercadillo, y la biblioteca del Ateneo…) a los barracones de Filología, o a los laboratorios de idiomas donde se suponía que perfeccionabais vuestro “magnífico” inglés de Secundaria, ¿milagroso don de lenguas en las aulas, espejismo del enano pretencioso (sin perdón) encaramado en sus tacones que ejercía de Catedrático insigne (luego fue Director de Teatres de la Generalitat), omnipresente, omnimangante (con academia privada de idiomas de su propiedad, of course)…?
Ya no había, entonces, heroica resistencia antifranquista. Apenas asuntillos sectoriales, protestas de estudiantes contra leyes aproximadamente ininteligibles y más que presumiblemente reaccionarias, y comprobación en propias carnes de que los democráticos “marrones” aún conservaban el instinto sádico, el perfecto entrenamiento asesino y el sentido del humor en el culo de sus brillantes antecesores, los “grises” de nunca bien ponderada memoria criminal. Suficiente, sin embargo, para poder contar a los nietos que nunca tendrás que tú corriste delante de ellos, y que volcaste y cruzaste coches a modo de barricada enfurecida, y que a tu lado detuvieron a Héctor a punta de pistola, y que esperasteis horas un día de Navidad a las puertas de la Modelo, hasta que lo soltaron, por fin, horrendo criminal que se atrevió a tirar una piedra en una manifestación salvaje (¡auuuuuuuu!).
Todo eso, resumes, te lo ha traído a las mientes hurgadoras la historia de Puig Antich, y la canción de Llach, acompañante en aquella época de tantas cosas, de tardes en casas ajenas o de noches en la propia, de gorgoritos improvisados camino a algún lugar, de deseos, en suma, que tal vez se fueron metódicamente incumpliendo, a estirón y regañadientes.