Inocencia
Llevas ya un tiempo con el ritmillo semanal: te acercas a nuestra cueva, nos largas tu discurso y desapareces, quizá esperando millones de respuestas entusiasmadas, colas de fans a la puerta del blog, interrumpiendo el tráfico, gritos de salve y que viva usted muchos años, desbordamientos y epifanías a los que uno, es comprensible, siempre aspira, sabedor del alcance de sus méritos, tan a menudo, qué le haremos, pérfidamente ignorados por el vulgo. No, no nos riñas, ya sabemos que no es eso (pero algo hay, ya lo admitirás algún día). Es cierto también que sueles aprovechar la semana para rumiar los flecos de la anterior, y esta vez casi de inmediato te pusiste a pensar en el tema de la inocencia. No le pusiste ese nombre al principio, la verdad. Se trataba más bien, hace cinco o seis días, de la incomodidad de las posturas adultas, de las contradicciones de las vidas estabilizadas, de la mierda de ser ciudadano de Occidente en un mundo de orientes asfixiados, hambrientos y a veces, sólo a veces (¡oh, gran pecado, clamarán los sabios globalizados!) vociferante, frustradamente vengativo, desesperado y airadamente impotente…
La idea es sencilla, nos dices. Se supone que eres un ciudadano crítico, conocedor de la injusticia y de las desigualdades. Se supone que has disfrutado de los privilegios de la educación y, en general, de la civilización , al alcance sólo de los que habitamos a este lado del espejo. Eso te ha permitido comprender muchas cosas, al tiempo que te condena a soportar una mala conciencia imprescindible: a pesar de que estás en condiciones de saber, justamente por ser quien eres, crees que deberías además compartir la miseria, dejando precisamente de ser quien eres… Dilemas imposibles, que acaban ganando adeptos para toda clase de ONG’s liberadoras… Piensas, no obstante, que tu labor está aquí, en el día a día, en tus decisiones y actitudes como persona que vive aquí y en este instante. ¿Es de mal gusto que te guste la buena comida, el buen vino, los viajes? Quizás. ¿Deberías dejar de disfrutar de esas cosas y dedicarte al ascetismo solidario? Quizás también, pero no tienes la más mínima intención de hacerlo.
Es ahí donde entra en juego la inocencia. Una inocencia, seguramente, perversa. Que los occidentales con mala conciencia intenten descargarse de culpa colaborando en todas las causas posibles tiene su lado bueno: alguien podrá recibir esa ayuda. Pero desde tu punto de vista el lado malo pesa más: gracias a esa solidaridad inocente los Estados y los poderosos del mundo pueden seguir financiando la ignominia y la injusticia, al tiempo que predican (a través de sus diversas sectas de hechiceros a sueldo) las bondades de su sistema y de la caridad del buen creyente. Otra modalidad de la inocencia fue pensar, en tiempos de juventud irredenta, que las revoluciones de los ricos traidores a su clase iban a liberar al miserable, preso de la ignorancia y víctima propicia de la explotación. Bastaron quizás apenas un par de pedradas de los sujetos a liberar contra el señorito (que quién se creerá este niñato para venir a traernos problemas y a meternos cosas raras en la cabeza, más le valdría cortarse el pelo y vestirse como dios manda) para entender que revolución sólo puede haber una: la del desesperado que ya no tiene nada que perder. Así que, te dices, nos dices, aquí estamos… Esperando que las desesperanza nos libere de tanta contradicción de ser con conciencia pero bien alimentado…
La idea es sencilla, nos dices. Se supone que eres un ciudadano crítico, conocedor de la injusticia y de las desigualdades. Se supone que has disfrutado de los privilegios de la educación y, en general, de la civilización , al alcance sólo de los que habitamos a este lado del espejo. Eso te ha permitido comprender muchas cosas, al tiempo que te condena a soportar una mala conciencia imprescindible: a pesar de que estás en condiciones de saber, justamente por ser quien eres, crees que deberías además compartir la miseria, dejando precisamente de ser quien eres… Dilemas imposibles, que acaban ganando adeptos para toda clase de ONG’s liberadoras… Piensas, no obstante, que tu labor está aquí, en el día a día, en tus decisiones y actitudes como persona que vive aquí y en este instante. ¿Es de mal gusto que te guste la buena comida, el buen vino, los viajes? Quizás. ¿Deberías dejar de disfrutar de esas cosas y dedicarte al ascetismo solidario? Quizás también, pero no tienes la más mínima intención de hacerlo.
Es ahí donde entra en juego la inocencia. Una inocencia, seguramente, perversa. Que los occidentales con mala conciencia intenten descargarse de culpa colaborando en todas las causas posibles tiene su lado bueno: alguien podrá recibir esa ayuda. Pero desde tu punto de vista el lado malo pesa más: gracias a esa solidaridad inocente los Estados y los poderosos del mundo pueden seguir financiando la ignominia y la injusticia, al tiempo que predican (a través de sus diversas sectas de hechiceros a sueldo) las bondades de su sistema y de la caridad del buen creyente. Otra modalidad de la inocencia fue pensar, en tiempos de juventud irredenta, que las revoluciones de los ricos traidores a su clase iban a liberar al miserable, preso de la ignorancia y víctima propicia de la explotación. Bastaron quizás apenas un par de pedradas de los sujetos a liberar contra el señorito (que quién se creerá este niñato para venir a traernos problemas y a meternos cosas raras en la cabeza, más le valdría cortarse el pelo y vestirse como dios manda) para entender que revolución sólo puede haber una: la del desesperado que ya no tiene nada que perder. Así que, te dices, nos dices, aquí estamos… Esperando que las desesperanza nos libere de tanta contradicción de ser con conciencia pero bien alimentado…