martes, noviembre 28, 2006

Inocencia

Llevas ya un tiempo con el ritmillo semanal: te acercas a nuestra cueva, nos largas tu discurso y desapareces, quizá esperando millones de respuestas entusiasmadas, colas de fans a la puerta del blog, interrumpiendo el tráfico, gritos de salve y que viva usted muchos años, desbordamientos y epifanías a los que uno, es comprensible, siempre aspira, sabedor del alcance de sus méritos, tan a menudo, qué le haremos, pérfidamente ignorados por el vulgo. No, no nos riñas, ya sabemos que no es eso (pero algo hay, ya lo admitirás algún día). Es cierto también que sueles aprovechar la semana para rumiar los flecos de la anterior, y esta vez casi de inmediato te pusiste a pensar en el tema de la inocencia. No le pusiste ese nombre al principio, la verdad. Se trataba más bien, hace cinco o seis días, de la incomodidad de las posturas adultas, de las contradicciones de las vidas estabilizadas, de la mierda de ser ciudadano de Occidente en un mundo de orientes asfixiados, hambrientos y a veces, sólo a veces (¡oh, gran pecado, clamarán los sabios globalizados!) vociferante, frustradamente vengativo, desesperado y airadamente impotente…
La idea es sencilla, nos dices. Se supone que eres un ciudadano crítico, conocedor de la injusticia y de las desigualdades. Se supone que has disfrutado de los privilegios de la educación y, en general, de la civilización , al alcance sólo de los que habitamos a este lado del espejo. Eso te ha permitido comprender muchas cosas, al tiempo que te condena a soportar una mala conciencia imprescindible: a pesar de que estás en condiciones de saber, justamente por ser quien eres, crees que deberías además compartir la miseria, dejando precisamente de ser quien eres… Dilemas imposibles, que acaban ganando adeptos para toda clase de ONG’s liberadoras… Piensas, no obstante, que tu labor está aquí, en el día a día, en tus decisiones y actitudes como persona que vive aquí y en este instante. ¿Es de mal gusto que te guste la buena comida, el buen vino, los viajes? Quizás. ¿Deberías dejar de disfrutar de esas cosas y dedicarte al ascetismo solidario? Quizás también, pero no tienes la más mínima intención de hacerlo.
Es ahí donde entra en juego la inocencia. Una inocencia, seguramente, perversa. Que los occidentales con mala conciencia intenten descargarse de culpa colaborando en todas las causas posibles tiene su lado bueno: alguien podrá recibir esa ayuda. Pero desde tu punto de vista el lado malo pesa más: gracias a esa solidaridad inocente los Estados y los poderosos del mundo pueden seguir financiando la ignominia y la injusticia, al tiempo que predican (a través de sus diversas sectas de hechiceros a sueldo) las bondades de su sistema y de la caridad del buen creyente. Otra modalidad de la inocencia fue pensar, en tiempos de juventud irredenta, que las revoluciones de los ricos traidores a su clase iban a liberar al miserable, preso de la ignorancia y víctima propicia de la explotación. Bastaron quizás apenas un par de pedradas de los sujetos a liberar contra el señorito (que quién se creerá este niñato para venir a traernos problemas y a meternos cosas raras en la cabeza, más le valdría cortarse el pelo y vestirse como dios manda) para entender que revolución sólo puede haber una: la del desesperado que ya no tiene nada que perder. Así que, te dices, nos dices, aquí estamos… Esperando que las desesperanza nos libere de tanta contradicción de ser con conciencia pero bien alimentado…

lunes, noviembre 20, 2006

Huecos (y 2)

…Y claro que continuamos. Llegas mascullando entre dientes que este post debía estar ya escrito y colocado hace algún día, que los posts por etapas son un peñazo para los lectores, que la memoria es frágil, que de semana en semana se despistan, que no podrán o no tendrán tiempo de recobrar el hilo perdido, que Ariadna, que el Minotauro, que Teseo era un cabroncete con muy malas intenciones, que ya nos lo decías tú, que no podía ser, que demasiado jaleo… ¡Qué ricura! Si no anduvieras enfrascado en tus mil misiones de imprescindible refuerzo de la saturación de tu ego (enorme y fanfarrón, cómo no aprovechar la oportunidad de decirlo…) otro gallo te cantara, y más dulce afinación nos poseyera a nosotros, tus escribas a tiempo parcial y sueldo nulo, habráse visto, encima con exigencias… Así que a callar, que lo que hay es lo que hay…

EJEMPLO Nº 1
(Extraído de la ya famosa por mil motivos, todos ellos igualmente desechables, CARPETA POLVORIENTA)
(y 2)
Cuántas cosas se pueden llegar a juntar, pero basta una para reunirlas. Basta la aparición inesperada y el miedo a romper su encanto, que nos hace andar de puntillas y hablar en voz baja por si acaso. Los sueños habitan un mundo peculiar, hecho de conexiones excesivamente delicadas, frágiles: copa de cristal perfecto. El sueño del otro parece alargarse mucho más allá de nuestro alcance, se va sumergiendo en nieblas de futuro imposible. Llegamos a creer necesario interponer silencio entre los sueños para no dañarlos, para mantenerlos como son, con la ilusión de que se vayan colando poco a poco en la realidad, inmaculados, redondos, absolutos. Por fin, todo lo ocupa el silencio. Y el miedo. Y un disco. Y un libro: volvemos a ser aquellos que éramos…
Aquellos que fuimos. Con el estómago atenazado. Con las convicciones haciendo equilibrios a la pata coja. Con quince años para el resto de nuestros días…

La aparición inesperada… Cuántas habrá habido desde que escribiste ese texto, tal vez en una de esas tardes de siesta arrastrada, melindrosa y somnolienta, esas tardes que dejan el regusto de lo que se ha ido rumiando en cientos de entregas nerviosas, acaloradas… Intentos múltiples, insistentes, de mantener la ilusión del sueño intacto. Intentos candorosamente inútiles, deliciosamente ingenuos…
De todos modos: déjalo correr, cambia de tema, inténtalo de nuevo… Y deja de murmurar, que pareces un abuelo cascarrabias en plena crisis de inventos agotados, de imaginación despavorida, de silencios persistentes…

martes, noviembre 14, 2006

Huecos (1)

Durante mucho tiempo fue el hueco. Y el hueco a su modo prosigue, en este constante rellenar de espacios en blanco que es a veces la escritura. Llegaste a poseer cierta habilidad en el abstruso arte de golfear en torno a la nada gaseosa reconvertida en palabras, balbuceante alquimia del que gira y gira en torno a su vacío, gimoteo y súplica de carne en la que hincar el diente… Podríamos superponer ejemplos, y todos se parecerían un poco a éste. En realidad, desconocemos la fecha, no podríamos siquiera precisar un período con margen de error asumible… ¡Se parece tanto a ti mismo, en cualquier otro momento de tu larga queja en bajo continuo, excusas de mal pagador, salmodia del que ama los desiertos: arena, lava, sal, páramos de donde nunca regresó nadie, jamás…!

EJEMPLO Nº 1
(Extraído de la ya famosa por mil motivos, todos ellos igualmente desechables, CARPETA POLVORIENTA)

Cuántas cosas se pueden llegar a juntar para que el tiempo parezca volverse del revés, parezca confluir y agruparse, alcanzarnos con todo su peso en un instante que se va prolongando, que por fin queda único y todopoderoso cuando desplaza todo lo demás hacia un vacío, limbo en el que ya nada ha sucedido sino él, el instante, el momento denso preñado de objetos de la memoria. Del deseo, de la angustia, de las variantes melancólicas y las saudades indefinidas, de las sensaciones de tacto y existencia, de saberse uno mismo, pobrecito, tan abandonado a uno mismo, tan perdido, tan ajeno, tan isla inexplorada del pacífico donde acechan los caníbales.
Y así, vamos desmenuzando las parcelas de lo que está ocurriendo AHORA, y ha ido ocurriendo antes precisamente para llegar aquí, desde donde nos observamos, incrédulos, ya sin ganas de risa suave ni apasionadas indiferencias, con –nadie me lo va a creer- asomos de casi llanto moderado, dulzón como película de Garci o telefilme americano.

Nosotros te creemos. Ramalazo de nuestra memoria disipada: tus ojos húmedos en la imposibilidad de atrapar la inmensidad del instante detenido. Envidia cochina de esos poemas de Claudio Rodríguez (lo sabemos, curioseamos tus comentarios blogueros casi tanto como tus arrebatos místicos), estáticos, levitantes cual Santa Teresa en pleno jolgorio de comunicaciones intergalácticas (también los chistes sobre Encuentros en la Tercera Fase que proponen los personajes en Todo es distinto de cómo tu piensas, versión hiper-libre de Enrique IV y su Falstaff, que has visto hace poco en Los Manantiales, ya casi tu templo de Palabra en Libertad para tardes ociosas…). Esas lagrimitas de cocodrilo adolescente que todos estaríamos dispuestos a soltar en permanente catarata si sirviera para algo, santos mártires de las causas perdidas, si sirviera para algo…

Conscientes de cómo las palabras luchan por enmascarar ese estado que no deja de avergonzarnos, la recaída, el no tropezar más de cuántas veces con la misma piedra, la realidad empeñada en que las experiencias son cíclicas y la sensación de fracaso circular, aunque uno ya tiene las armas y es pedernal de sangres coaguladas, aunque sepamos asimilar tan bien que casi ni se nota el alarido subliminal, la carencia, la necesidad urgente de hacer del tropezón una amplia zancada exterminadora de reflejos condicionados.

Continuará. Esto aún no ha acabado. Somos bien prolijos, nosotros, y tú, ya ni te cuento…

lunes, noviembre 06, 2006

Hablar por hablar

Te acercas a donde nosotros con cara de duda existencial o póker mal jugado, y ya estamos queriendo adivinar que vacío de ideas y palabras, quizás por haberlas malgastado como sueles en lugares y ocasiones poco recomendables… Te diríamos que lo dejaras estar, que permanecieras callado sin más, pero justamente estas eran las ocasiones en que, en otros tiempos, nos entraban unas ganas terribles de vociferar, jurar en arameo, sanscrito, swahili o catalán, idiomas disolventes donde los haya (la mare que t’ha parit!), en queja con brazos elevados al cielo (santos, además de disolventes, los idiomillas mentados…), clamando por ese no tener nada que decir, o tener tantas cosas que no saber por donde empezar, pobrecitos, filosofía impotente de la mente en blanco y la vida en negro, con grises de plomo en las comisuras y cigarrillo siempre humeante…
Dejaremos a un lado la tentación de la carpeta pendiente, repletita de viejos mecano-manuscritos venerables, y nos centraremos en ti, ahora, presto a ocuparte en trescientas veintitrés cosas diferentes, todas ellas ajenas a nosotros, tus siempre pacientes compañeros de fatigas parlantes. Contar historias, regresar a los detalles, es una tarea ardua, que nunca se te dio muy bien y que raramente te apetece. Preferiste siempre la explosión rápida, el aquí te pillo aquí te mato de las impresiones fugaces y no siempre bien delimitadas: el arrebato, el fulgor del ya está, y qué tranquilo m’he quedao. Imposible retenerte para la composición minuciosa, para el bisturí de instantes, ideas y ocurrencias. Mejor ahí vamos, y ya pararemos cuando lleguemos al final…
Vale. Entonces… ¿Qué hacemos ahora? No hay nada nuevo. Nos miramos las caras. Arqueamos las cejas. Movemos la nariz, derecha-izquierda. Lamentamos no haber conseguido jamás mover las orejas. Mira, tú dirás lo que quieras, pero la novela de Vila-Matas no te está sentando nada bien… Casi diríamos que te ha removido los posos de los bla-bla-bla zumbantes, que ya creíamos disueltos en ácidos corrosivos de tempus fugit (y a toda hostia que fugit, quién lo duda, fugit que se las pela), y por eso nos vienes ahora con semejantes idioteces, memeces, sandeces…¿heces? A ver si la mezcla con Alatriste (la película) va a resultar fatal. La versión amateur de La Celestina que has ido a ver con tus alumnos de Bachillerato también ha debido hacer lo suyo… Pero no, semejantes sobredosis de…¿de qué exactamente?... no son nada extrañas en ti. Será que va a ratos, a momentos, o será que llueve, o será que sale el sol. Es el caso que decides que colocamos esto en el blog, y que ya nos apañaremos con nuestro prestigio (¡menos mal que no tenemos!) y con nuestra (des)vergüenza…