Espejito, espejito...
Mañanita de navidad y 46 años recién cumplidos. Inevitable intercambio de opiniones con el espejo (el vaho de la ducha ardiendo ejerce de niebla misteriosa), y lejano vislumbre de quien fuiste, de quien soy y también de quién seremos, en ese progresivo redondeamiento de papadas infames e intenciones poco saludables, al hilo de la persona gramatical desquiciada en la que me refugio, con cara de tenerlo todo muy claro, dice el espejo, ya liberado de su momentánea condición de ser empañado por los acontecimientos. Otras mañanitas fueron, y seguramente los alcoholes ingeridos eran de peor calidad y en mayor cantidad, pero las recuerdas tardías y resacosas, no como esta, a las nueve en pie y apenas una leve acidez que pide mínima tregua antes del cocido multitudinario que mandan los cánones y la tradición zampatoria.
Rondas en torno a la idea, a la sensación clara y precisa que disfrutaste, padeciste, te invadió, se te vino encima, experimentaste… hace un par de días. Quieres huir del tópico, porque no era un tópico. Así que te aproximas de puntillas, rodeas los interiores (puro callo trabajado a martillazos) de tu capacidad de percibir, registrar y almacenar sensaciones, y tratas de acertar a la primera, mientras te pierdes en temeroso circunloquio y mareante revoloteo con giro y pirueta, acrobacias de saltador de piscinas aeronáuticas, eternamente suspendido en el vacío logorreico de sus miedos y pesadillas, Dorian Grey sin retrato: tu sonrisa, la mía, en el espejo. Y el tiempo: el tiempo se acaba, vuelta y revuelta, cosas que ya no pasarán, lugares a los que no volverás y otros a los que ni siquiera podrás ir por primera vez. Sobresaltos, sonrojos, placeres e histerias que ya no serán, que han sido y ahí van a quedar, en el han sido con que te relames ahora, envidioso de ti mismo porque estuviste ahí, porque estuve ahí y disfruté cada hilillo de suceso y de percepción, de memoria, regusto, punzada sobre piel y silencio de puntillas.
Y al mismo tiempo: la succión… el torbellino que tira de mí hacia el fondo de los pozos, la pulsión rítmica de los anillos que engullen, los relojes que traquetean en la cuesta abajo inminentemente definitiva. Por supuesto, apenas un instante la sensación en mí. Y el yo del espejo compuso el gesto exacto. Y ambos supimos. Y la media sonrisa, con la media barba canosa, las medias vidas cumplidas ya, por siempre jamás. ¡Vivan las futuras medias vidas!
Que vivan, mascullas desganado, mientras corres a refugiarte en nuestros brazos siempre acogedores, innumerables, presentes y, sobre todo, dispuestos…
Rondas en torno a la idea, a la sensación clara y precisa que disfrutaste, padeciste, te invadió, se te vino encima, experimentaste… hace un par de días. Quieres huir del tópico, porque no era un tópico. Así que te aproximas de puntillas, rodeas los interiores (puro callo trabajado a martillazos) de tu capacidad de percibir, registrar y almacenar sensaciones, y tratas de acertar a la primera, mientras te pierdes en temeroso circunloquio y mareante revoloteo con giro y pirueta, acrobacias de saltador de piscinas aeronáuticas, eternamente suspendido en el vacío logorreico de sus miedos y pesadillas, Dorian Grey sin retrato: tu sonrisa, la mía, en el espejo. Y el tiempo: el tiempo se acaba, vuelta y revuelta, cosas que ya no pasarán, lugares a los que no volverás y otros a los que ni siquiera podrás ir por primera vez. Sobresaltos, sonrojos, placeres e histerias que ya no serán, que han sido y ahí van a quedar, en el han sido con que te relames ahora, envidioso de ti mismo porque estuviste ahí, porque estuve ahí y disfruté cada hilillo de suceso y de percepción, de memoria, regusto, punzada sobre piel y silencio de puntillas.
Y al mismo tiempo: la succión… el torbellino que tira de mí hacia el fondo de los pozos, la pulsión rítmica de los anillos que engullen, los relojes que traquetean en la cuesta abajo inminentemente definitiva. Por supuesto, apenas un instante la sensación en mí. Y el yo del espejo compuso el gesto exacto. Y ambos supimos. Y la media sonrisa, con la media barba canosa, las medias vidas cumplidas ya, por siempre jamás. ¡Vivan las futuras medias vidas!
Que vivan, mascullas desganado, mientras corres a refugiarte en nuestros brazos siempre acogedores, innumerables, presentes y, sobre todo, dispuestos…