Saltos
Siempre te atrajeron los grandes saltos: desde la anécdota hasta la máxima globalizadora. Algo así como lo que acabas de hacer ahora: encabezar tu frase con el “siempre” que eterniza la experiencia fugaz del ya, del me acaba de pasar y… Un poquillo Wagner nos vas resultando, sí, y un no sé qué de aprecio detectamos por los nietzsches y los schopenhauer de doctrina cristalizadamente pesimista de que te cagas y hasta el reventón final, el pequeño superhombre enfrentado al muro de las lamentaciones (cabezazo va, cabezazo viene…) de cada disyuntiva interna, de cada antítesis galopante dueña de las verdades más contradictorias…
Los paralelismos poéticos se adueñaron de ti hace tiempo: los políticos debatiendo, frente a tu alumna, que ha conseguido leer El Capitán Alatriste sin dejar de ignorar dónde está Flandes o qué es la Inquisición. ¿Qué extraña pelota de palabras incomprensibles habrá penetrado su cabecilla por unos días? Sólo esperas que la evacuación excrementicia del bolo conceptual no haya causado daños irreparables en su sistema básico de supervivencia ágrafa, en su liviano dejarse ir hacia los triunfos juveniles que nuestro maravilloso disney world le depara y le tiene reservados…
Te pedía el cuerpo esta mañana elaborar sentencias definitivas sobre asuntos como este, pero también el cuerpo, sabio él de tanto buscar itacas, encontrarlas y posponer su descubrimiento y colonización para otro día, te pide que lo dejes en paz, que sigas hurgando quizás en la paradoja de tu sisifez impenetrable (subes la piedra de a ratitos, te paras a echar unas copas o a dopar el espíritu, te das un paseíllo por los alrededores…; la dejas caer después apuntando a la cabeza de alguien, no nos vayas a decir quién, sabiendo de antemano que vas a fallar, y vuelta a empezar), en el esfuerzo por lograr que algún humano se te parezca, para que al menos en el futuro tengas con quien charlar un rato de un libro, de una película, de una obra de teatro…
Así que te vas a limitar a esto: leve parrafada sobre la dura realidad. Cómo será posible, te preguntabas de joven, que la gente normal no se dé cuenta de hasta qué punto y desde cuántos lados la explotan, la machacan, juegan con sus vidas, sus cuerpos, sus mentes… Pero es que se dan cuenta. Se la dan. Parece que los seres humanos deseamos mantener la “realidad” vigente porque, tarde o temprano, nos va a dar la oportunidad de explotar, machacar y jugar con alguien más débil o más tonto que nosotros. Es la única justificación que encuentras para la aceptación. Incluida la tuya, claro está, que hablas y hablas (cada vez menos, también es cierto…), pero apenas mueves el meñique, infinita sospecha de artrosis social, uniformada grey optante entre el candidato A y el candidato B, elocuentes muestras de, señora, qué quiere, si esto es lo que hay y el resto no lo vendimos nunca, porque nunca lo vimos. Pero alguien nos lo contó, seguro, y aquí estamos, repitiendo la vieja historia.
Los paralelismos poéticos se adueñaron de ti hace tiempo: los políticos debatiendo, frente a tu alumna, que ha conseguido leer El Capitán Alatriste sin dejar de ignorar dónde está Flandes o qué es la Inquisición. ¿Qué extraña pelota de palabras incomprensibles habrá penetrado su cabecilla por unos días? Sólo esperas que la evacuación excrementicia del bolo conceptual no haya causado daños irreparables en su sistema básico de supervivencia ágrafa, en su liviano dejarse ir hacia los triunfos juveniles que nuestro maravilloso disney world le depara y le tiene reservados…
Te pedía el cuerpo esta mañana elaborar sentencias definitivas sobre asuntos como este, pero también el cuerpo, sabio él de tanto buscar itacas, encontrarlas y posponer su descubrimiento y colonización para otro día, te pide que lo dejes en paz, que sigas hurgando quizás en la paradoja de tu sisifez impenetrable (subes la piedra de a ratitos, te paras a echar unas copas o a dopar el espíritu, te das un paseíllo por los alrededores…; la dejas caer después apuntando a la cabeza de alguien, no nos vayas a decir quién, sabiendo de antemano que vas a fallar, y vuelta a empezar), en el esfuerzo por lograr que algún humano se te parezca, para que al menos en el futuro tengas con quien charlar un rato de un libro, de una película, de una obra de teatro…
Así que te vas a limitar a esto: leve parrafada sobre la dura realidad. Cómo será posible, te preguntabas de joven, que la gente normal no se dé cuenta de hasta qué punto y desde cuántos lados la explotan, la machacan, juegan con sus vidas, sus cuerpos, sus mentes… Pero es que se dan cuenta. Se la dan. Parece que los seres humanos deseamos mantener la “realidad” vigente porque, tarde o temprano, nos va a dar la oportunidad de explotar, machacar y jugar con alguien más débil o más tonto que nosotros. Es la única justificación que encuentras para la aceptación. Incluida la tuya, claro está, que hablas y hablas (cada vez menos, también es cierto…), pero apenas mueves el meñique, infinita sospecha de artrosis social, uniformada grey optante entre el candidato A y el candidato B, elocuentes muestras de, señora, qué quiere, si esto es lo que hay y el resto no lo vendimos nunca, porque nunca lo vimos. Pero alguien nos lo contó, seguro, y aquí estamos, repitiendo la vieja historia.