martes, octubre 28, 2008

Enrique y los discursos necesarios

Martes, 28 de Octubre de 2008

Estabas tú justamente pensando en marcarte un discursito furibundamente indignado ante las últimas tropelías globales (banqueros felizmente rescatados tras sus inocentes orgías financieras, sin un rasguño y dispuestos de nuevo a todo…), pensando quizás si todavía vale la pena el esfuerzo de liberar la jauría de las palabras (ya sabemos: “ladrar nuestro rencor por las esquinas…”), que tiran de la cuerda y aúllan, con todos nosotros metidos en berenjenales que se nos llevan el tiempo libre, y nos embadurnan de pereza las iniciativas no estrictamente necesarias… Estabas en ello cuando releíste la continuación de la crónica de la reaparición de Enrique. Ahí estaba, sin duda, la respuesta…

Contente, Enrique Molina. No nos largues un discurso. No estás aquí para eso.
-¿Y para qué estoy, entonces?
Tal vez desees la frase lapidaria: ¿ilustrar el paso del tiempo, ejemplificarlo? Podría ser, a pesar del tono. Para que nosotros evitemos teorizar y teorizar de boquilla para adentro. Para que nos hurguemos los entresijos a la busca de algo decible que no suene ya a redicho: ¿no quedan acróbatas en Wall Street ,

(definitivamente los pliegues del tiempo se reorganizan para dejarnos sobre el rostro el gesto de pasmos abisales…)

…ya no orinan las multitudes de cara al puente de Brooklyn, los judíos delegan en cabeza palestina el rítmico golpear sobre muro de las lamentaciones encalado y con geranios? Y tú sueltas en una clase de COU:

(¡Hay qué ver de qué cosas se hablaba en las clases de COU en aquellos inviernos pre-cibernéticos!)

-…porque Chamberlain era tan nazi como Stalin…
Yuna cara sorprendida te pregunta:
-Sta…¿qué?
¡Lin, lin, lin, es-ta-lín! ¿Jingle Bells en versión acid-house?
No, Enrique, contennos, no nos hagas decir tonterías. Oblíganos a dibujar ambientes de acuarela, tendamos manteles sobre el césped para la merienda de campo y playa con todas las mulatas de Ipanema, tú y nosotros pagamos. Ni se te ocurra volver a las andadas, porque no podrías. Harías el ridículo y, lo que es peor, nosotros contigo.

(Algunos días después)

¡Qué divertido! Desternillante, Enrique, desternillante. ¿Te hemos dicho ya que estás mucho más simpático? A lo mejor es esa Julia de la que te niegas a hablar. A lo mejor no: seguro. ¿Mide 1’80, tiene piernas quitahipos y tetas quemejornoveasquetemareas?
Y él que no sabe, que no contesta. Lo mismo se ha ligado a una alumna. Capaz. Mayormente, podríamos decir. Nos dirá, en todo caso, que calladitos lucimos lindo, que a buzón cerrado no lepidópteros remoloneantes, que barroco es el despertar del buen mudo enfurruñado. Le meteremos agujitas en la herida del cogote, ¿qué herida? No hay sangre. No hay sexo y apenas rock’n roll.
¡Se ha llenado la casa de estanterías, y está pensando en comprarse las obras completas de Dostoievsky! Tal vez para ver si se le pega algo, no te extrañe. Y es que le dio por Gómez de la Serna, qué le vamos a hacer.

martes, octubre 21, 2008

Una mañana con Enrique

Transcripción: Martes, 21 de Octubre de 2008

Deliciosa mañana de noviembre, cuando las capsulitas desternillantemente unipersonadas entremeten sus patas-rueda por entre todo lo visible: gloriosos atascos de ocho y media, con risibles peatones esquivando frenazos y crashes de hueso esparcido y cabeza en Groenlandia. La ciudad, apestosa, humeante, calentita, ya está despierta.
Por ella se desliza Enrique como por una pista de jockey hielo, los hombros bien altos, pensamiento quiénsabedónde, carpeta bajo el brazo que se le va durmiendo del peso, todo por la imagen del que no se compra un maletín porque no le da la gana, con lo cómodo que sería, y práctico, y ya no tienes edad para simular no pertenecer al enemigo, el de los cuadernos de notas y la disciplina y el orden (“¿Será Héctor que vuelve a la carga?”, se pregunta Enrique bajo el fuego cruzado).. ¡Al trabajo! Porque Enrique, ya sabéis, es profe de instituto, y da clases, y se encierra con cuarenta fieras entre cuatro paredes, sin látigo, sin silla frena-zarpazos, sin barras ni director de pista, sin público, sin demasiadas ganas, sin nada, en realidad también sin fieras, que bostezan machacadas a horas interminables, las pobres, mirando las pantorrillas vecinas o los pectorales NBA, tanto da, ajenas a todo y, por supuesto, a él.
Enrique Molina no tiene nada de Mairena, aunque ya le gustaría. Por eso, mientras esquiva el maravilloso capó azul-acerado de un Fitroensuperspecial AX254321000-X22 que se acaba de saltar, jacarandoso, unos cuantos semáforos en rojo (lástima de embellecedores, salpicaditos de sangre fresca), va pensando que qué putada madrugar para tan poco. Claro, también él tiene sus principios, tan utópicos como cabría suponer. Y la realidad es tan dura de mollera como los gilipollas que la componen. “¿Urna de cristal?”
-Hasta la expresión suena a elecciones generales –dice en voz casi alta. De todas formas, si alguien le ha oído, disimula.

Qué pocas cosas han cambiado, Enrique, desde que te seguíamos en esa mañanas urbanas, con el Instituto a tiro de piernas dispuestas… Ahora vas en tu propia máquina infernal por esas autovías de videojuego asesino, Sofía te regaló por fin unos cuantos maletines de profe, y en vez de cuarenta alumnos tienes veintipocos por aula, pero todo lo demás (añadiremos móviles, mp3, 4, 5… y aparatitos de toda laya y condición) sigue prácticamente igual. Héctor, esté donde esté, seguirá siendo el mismo, y nosotros, eternos e intemporales, faltaría más, también.

martes, octubre 14, 2008

Donde Enrique abre la boquita...

Enrique al borde eternamente de los 30, como más de bastantes veces, a lo largo de los últimos años, nos hubiera querido confesar. Seguro, al menos, que se lo confesaba a sí mismo.
Y es el caso que aquí lo tenemos, en nuestro salón, vasos, hielo y Ballantine’s.

Más de quince años después, Enrique hubiera salido ganando en algo. Por lo menos un whisky decente de Malta, y quien sabe si más bien no una botellita de vino y unas delicatessen para abrir boca… A riesgo de quedarse luego con ella cerrada, claro…

-…y era como si me hubiera quedado afónico, al borde de enormes estepas de papel blanco que tuviera que atravesar a la pata coja para llegar adonde estoy: volver a hablar, sobrevolando la carraspera, ejercicio demosténico, piedras en el paladar.
Espera nuestra pregunta, y se la hacemos:
-¿Y Aurora?
Silencio o rostro que se abre en sonrisa (¿dónde están las arrugas de las otras veces, el ceño, la mala uva reconcentrada?).
-Se acabó Aurora. Tal vez Julia…
Ya decíamos: siempre las mujeres. Seguramente a Enrique le daba un poco de vergüenza esa dependencia más bien obsesiva. Para él el futuro siempre había tenido cara de mujer inexistente, y lo peor era que se lo decía a sí mismo precisamente con esa fatuidad pedantuela del loser empachado de JohnnyGuitars y Rickbars. La misma con que lo callaba empecinadamente, limpiándose el polvo de las importancias y oliendo condenadamente a carnero encelado, a perro de lanas con retortijones testiculares, a seriedades de Rimbaud nuclear o Bécquer plastificado.

¿Y dónde quedó la fatuidad de Enrique? Sombra quizás todavía en la frente, cuando se dispone a interpretar la escena de amor en la obra de teatro que ahora ensaya, ya decimos, quince años después, perdido en un escenario que pisa con aparente seguridad en sí mismo… y cagadito de pánico del bueno…

Sin embargo…¿deberíamos habernos negado a recibirle, a preguntarle, a saber, a recobrarlo? La respuesta siempre será difícil. Estuvimos demasiado ligados en aquel tiempo, y quizás lo estemos aún. (¿Ya no?). Apenas han pasado cuatro o cinco años: nada, muchos menos que veinte, muchos menos que indelebles transformaciones faciales, menos que todos los posibles.
-¿Tenemos que pedirte explicaciones?
-No sé –y está deseando reírse-; tal vez a Héctor, ¿no os parece?
Héctor, ¿qué fue de Héctor?
-No puede andar muy lejos.
Aunque ya pasó el momento de seguir imaginando oscuros líos entre los dos, Héctor y Aurora, y aunque seguir hablando de ellos sea como tratar de explicar el presente-futuro con tochones de Historia Comparada y repasos concienzudos a la Enciclopedia Británica, a Enrique aún se le mantienen sobre la lengua, y a ellos debe el hermoso (sí: hermoso) aspecto de sus ojos.
-Y Julia es también como un reto o un espejismo, como días-monas disfrazados de seda. Nada que hacer, salvo seguir, a machetazo limpio, por el camino iniciado. De todas formas, lo ya hecho no importa. No creo que quiera hablar y hablar de ello. Las mudeces no se curan con tirones de lengua.
Enrique dixit.

martes, octubre 07, 2008

Enrique y la pereza

Transcripción: Martes, 7 de Octubre de 2008

Sí, sí, Enrique Molina: él era. Él era el subeybaja por la barandilla (¿con una bandeja sobre la nariz, repleta de copas vacías, la bandeja, la nariz…?). Él era, muerto de risa y a lágrima pelada, buscando entre las hojas de la libreta que se compró en Hungría…

….¡Enorme mentira! A estas alturas ya sabemos todos que la libreta te la compraste tú, el verano de 1989, ya sabes, aquel año en que los utilitarios de la Alemania del Este huian como conejos a través de la frontera húngara, y todo parecía que iba a cambiar de repente…

…para escribir como dios manda,….

¿Cómo quién? Al final resultará que no nos reconocemos en los que fuimos y escribimos…

…sobre un libro perfecto de inmaculada hoja blanca. Él era, fue y será, sentado en el escalón, mirándose las puntas de sus zapatos nuevos. Aquí de repente, parado, sabiéndose sin duda él. Héctor se le acercará para preguntarle: “¿qué ha sido de ti todo este tiempo?”, y tal vez él no conteste, porque sabe que, en el fondo, nosotros estamos dispuestos a ahorrarle todo ese trabajo.
¿Lo estamos?

Siempre hemos sido así de vagos. Y Enrique, y Héctor, morían de mudeces medio amordazadas por nuestra encantadora desidia de aprendices de viajeros en el tiempo… ¿O es que no resucitamos a Enrique, entonces (¿y ahora?) por pura pereza de inventar algo nuevo? Eso sí, nos encanta pelearnos de a manadas, a nosotros, los que hablamos…

-¿Lo estamos? –nos preguntamos.
-Tal vez: dejémonos analizar la cuestión con calma…
-…aunque nos tememos que es justamente calma lo que nos sobra…
-…pereza congénita… (¿Lo veis, lo veis?).
-…difícil de obviar cuando las respuestas ni siquiera acucian, y es preferible que no duela el nuevo juego, que sepamos mantener la cabeza fría, y la objetividad, y que el deseo no se nos escape por entre los puños de la camisa ajena…
-…ni la palabra se nos desboque o la sensatez nos extravíe en bosques de ardilla traicionera.