martes, septiembre 30, 2008

Pasos


Martes, 30 de Septiembre de 2008

Los pasos: cortos, diminutos, lentos. Te pisas varias veces un pie con el otro. Y subes, constantemente subes. Estás en el Camino Inca. Llevas viendo hace más de una hora el fin de la etapa, allá arriba, al final de una recta inclinada que nunca se acaba. Ves a la gente allí, esperando. Alcanzas a gente, y gente te sobrepasa. Intercambias algún saludo. Pasan los porteadores con su carga. Te hace ilusión comprobar que ellos también resoplan, también se paran.
Y en el tránsito entre paso y paso está la idea. La mirada fija, el único objetivo: llegar, llegar por fin, hacerse la foto, descansar un buen rato. En la mente no hay nada más. La mente que quiere llegar de una puñetera vez al Abra de la Mujer Muerta, 4200 metros, es una mente ensimismada y feliz. Quisieras, precisamente, recuperarla en este principio de curso que amenaza con ser la repetición de sí mismo, en bucle eterno desde el inicio de los días. Por eso miras atrás, desde la libreta húngara en la que ahora mismo estás escribiendo. Y recuperas a Enrique. Enrique Molina.

¿Finales de 1989?

Enrique Molina fue visto de nuevo en la ciudad. Levemente envejecido, contándose las canas nuevas por la mañana., desayunándose con agua fría, pero el mismo Enrique Molina que había ido prolongándose en el tiempo, desapareciendo de a grandes ratos para siempre regresar y hacerse, indispensable, con su lugar, su sol y sus lluvias.
Bastante menos lisonjero, es cierto, con las palabras justas escondidas en la manga, quizás, empobrecido a base de resbalón y golpe de cadera y reequilibrio. Pero él.
¿De Aurora nunca más se supo? Se supo de Auroras, y Olgas, y Julias. Qué sería de un Enrique Molina sin nombres de mujer, siempre ellas entremetiéndosele por cada resquicio para luego tirita y mercromina y vuelta a empezar. Creímos, sin embargo, que alguna vez pudo romper la lógica del círculo. También él, suponemos, quiso creerlo. Nos desmintieron o se desmintió: su andar reconocible lo confirmaba, y la mirada fugaz a los escaparates o a la punta de sus zapatos, el leve saltito del estribo de los autobuses, sus nuevas destrezas tenísticas en mañanas de ducha y noches agüiscadas, bailarinas.
Bienvenido el Enrique así recuperado, del que no queremos desprendernos para reinventar el mundo. ¿Qué motivo habría para destruir su evidencia persistente, el latiguillo y la manera, si en él permanecemos y a él regresamos cuando ya el silencio se hace recorrido de páginas en blanco?

martes, septiembre 23, 2008

Espejo

(Algún día de finales de 1989, tras alguna noche, probablemente, de descontroles solitarios, Héctor escribió un poema de tintas quizás sangrantes…)

Tampoco la maldad enciende luciérnagas
en la conciencia, ni el paso del marino
que zozobra, ni el múltiple alfiler
en que prender el deseo.

Resaca sí, y luminosa como neones
de falsas navidades, la bizquera
del sediento que se para ante la fuente,
tanta paradoja como acude,
desenfreno patapalo, tiburones de angustia
prendida en los dientes como para ser
cuchillo afilado y línea de sombra.

Glorioso, alcohólico de pies cansados
que recoge luz plena, amanecida,
y esconde sus zapatos en la improbable chimenea.
Náuseas culpables y dedos que acusan,
empolvada la peluca judicial en un desierto
de arenas que te tragan, engullen, succionan,
van a por ti sin punto de fuga,
amagan el golpe y te devuelven
trastabilleante
a tu lugar precisamente, a la región
donde la niebla es vapor oscuro
que nace de tu vientre que se pudre
en ausencia y residuos desesperantes, sólidos,
dolorosos como saber que existe
un infierno, puzzle de relojes imparables.

No, la maldad no enciende luciérnagas
en la conciencia, ni las noches regresan
al nido de halcón de uñas torcidas,
ni puedes ponerle fin a la angustia
que aprieta en algún rincón del ser
vacilante y ciego en que no quisieras
reconocerte.

lunes, septiembre 15, 2008

Los Uros

Jueves, 11 de Septiembre de 2008
Puno y el lago Titicaca os recibieron, de nuevo con la sensación extraña (ya familiar para vosotros...) de la falta de aire y el ligero "colocón": la altitud, los 3.600 y pico a los que uno no se acaba de acostumbrar del todo... Y la pregunta, claro, ¿qué hace aquí este inmenso mar interior, decantado contra la luz andina como un espejismo del que el mismo sol quiso sacar partido? Porque de aquí surgió Manco Capac, dice la leyenda, que habría de fundar el imperio inca tras su fantasmagórica peregrinación a Cuzco...
Te interesan ahora especialmente los Uros, porque son una especie de compendio y resumen de lo que decías en post anteriores. Los Uros son un pueblo indígena peculiar. Hablan aymara, no quechua. Viven en el lago. Podríamos decir que se han fabricado su propia "tierra", las islas flotantes de totora. La totora es una especie de junco que crece en grandes cantidades en Titicaca. De él se aprovecha todo: incluso tiene una parte blanca comestible. Con grandes cantidades de totora, que amontonan por capas y anclan al fondo, los Uros construyen sus islas, mullidas y autónomas. Sobre ellas, con la misma totora, construyen sus casas. Llevan siglos viviendo aquí, sobre las aguas, a no demasiada distancia de la ciudad de Puno en barca... Pescan y hasta cazan algún pato de vez en cuando.
Evidentemente, con la contaminación producida por la cercana ciudad, y los estímulos urbanitas al alcance de la mano, lo "natural" es que los poblados de los Uros hubieran desaparecido. Pero no: se trata de un caso ejemplar de simbiosis turismo-pueblo nativo, que ha dado lugar a un peculiar "parque temático" viviente.
Los turistas llegáis por la mañana a las islas. Desembarcáis, el guía os explica... Las mujeres, que con los niños son prácticamente las únicas que andan por aquí a estas horas, ejecutan un remedo teatralizado de lo que en tiempos fue el trueque de productos, al tiempo que os muestran diversas artesanías a la venta...

Las islas son pequeñas: apenas dan para caminar veinte pasos seguidos... la encerrona es productiva. Los Uros no se han ido de sus islas: les sale a cuenta (aunque apenas reciben una mínima parte de dinero que generan para las agencias e intermediarios locales). Las mujeres os despiden cantando canciones populares en diferentes idiomas.

Por cinco soles extra, os dais un paseo sobre una barquita de totora (extraordinariamente bien construidas: recuerdas que expertos constructores aymaras colaboraron con el Museo Naval de Estocolmo en un proyecto de investigación sobre travesías oceánicas a bordo de naves elementales, comunes a vikingos y aymaras...). Tres niños os dan una sesión extra de canciones más o menos multilingües, a cambio de alguna chuchería, o alguna moneda...
Moraleja: ellos siguen existiendo, vosotros los visitáis, las agencias de turismo ganan. Os dicen que en la zona tienen una escuela, y que para la atención médica "seria" van sin problemas hasta Puno. Seguramente viven mejor que los que se han instalado en los arrabales de lo que ya va siendo una ciudad demasiado grande...
Y la pregunta... ¿Se trataba de esto, a fin de cuentas?

lunes, septiembre 08, 2008

Perú-3, y otras cosas

Domingo, 7 de septiembre

Lima, de a ratitos, entre bus y bus o entre avión o avión. Hotel en el Miraflores de, quizás, Bryce Echenique, o el taxi obligado a Barranco y el monumento a Chabuca Granda, y el Puente de los Suspiros, y el paseo hasta el mar al que le van robando también a dentelladas su espacio terroso tallado a pico de acantilado inestable, que unos obreros van afianzando y llenando de plantitas que a saber hasta cuándo duran. Y el mar allí, sí, el Pacífico oscuro y agitado (¿qué no es oscuro en esta Lima de bruma perpetua?) sobre el que tiran sus tablas los surfistas, del otro lado del Perú desértico que espera a algunos kilómetros, en alguna de las salidas caóticas de la ciudad que va devorando de una esquina el mar y de la otra el desierto, seguramente por no devorarse a sí misma, por mantener el centro colonial en su ubicación de sueño afiebrado, de imposible logrado a golpes de desvarío…
Iréis hacia el sur luego, a lo que queda de Paracas, Ica y Pisco, para embarcaros una vez debidamente encajonados (ganado turístico que esquiva como puede a los vendedores de sombreros contra el guano –y tú te imaginabas la mierda lloviendo a cántaros, juicio final de cormoranes vengativos o pingüinos despistados…) hacia las Islas Ballestas y su placidez de lobos marinos recostados sobre las rocas con gesto condescendiente: “aquí están de nuevo”, parecen pensar, “los pesados estos de las fotitos…”. Del guano, por supuesto, apenas la visión de las rocas cubiertas, y de los muelles de carga que asoman entre ellas… Casi te quedaste con las ganas de salir con una buena plasta en la cabeza, que poder exhibir con orgullo de “manchado de guerra” en posteridades imprevistas…
El día se completaría con el sobrevuelo de las líneas de Nazca, tras unos cuantos kilómetros más de “van” somnolienta. El delirio de las líneas trazadas en el desierto se os mezcló entonces con la ebriedad irreal del vuelo en avioneta, y la sensación quedó atrapada, quizá, en una consistencia de espejismo, en un estado de solidez postergada, similar supones al que acometió al primero que pudo ver tal cosa desde tales alturas de ensoñación casi líquida…
Y siempre, en el viaje, la gente… Los grupos de cabañas en medio del desierto. Los trabajadores de los barcos o de los hoteles. Tenderetes para los turistas por todos sitios, y la mezcla de maravillado estupor y vergüenza propia que no te cansas de recordarte a ti mismo, aun sabiendo que ya vas resultando un poco cargante…
Así que… ¡Plof! Salto a 1990 (fecha exacta sin anotar). Primeras dos páginas de la Libreta Húngara nº 2. Así, sin pensárselo dos veces…

Vaivén justificadamente cerebral: dispersiones de bruma y tópicos: con orden, que fuera con orden como los dioses dispararan sus salvas y los caídos incendiaran mundos de cartón, papel, desnudeces sistemáticas de post-mortem y dedicatorias.
Que fuera con orden que los dioses
produjeran salvas y caídos de cartón.
Que la divagación no nos haga olvidar el orden imposible como los racimos congregados en la estación o los galeones anclados en los puertos deportivos. Que todo pudieran contenerlo los bastiones enfrentados al mar. Que lenguas poderosas vocearan incertidumbre y tinieblas postergables. ¡Que un taxista húngaro quisiera llevarme a donde yo quisiera ir!
Que todo pudieran contenerlo
los bastiones enfrentados al mar.
Ante lo imposible, la fugaz persistencia, la mirada fija del que insiste y vuelve a insistir. Que en el desorden aparezca un dios fundador. Que las cosas cobren forma y las ebriedades consistencia. La muerte entonces, convertida en programa perfecto que se cumple punto por punto y comas disparatadas. Polaroid que capta el fogonazo. Memorándum perfectísimo, comité ejecutivo, cientos por ciento.
Pero siempre es mayor el resquicio por donde se vacía el mar. Cinco minutos para la fuga. Cinco minutos para el silencio y un siglo para la voz que no ha de ser, la voz del dios que no será, que no contendrá el absoluto de los todos ni vendrá a rectificar los depósitos de errores incontables, de silencios imperfectos, de estéticas nunca conformes con su inmenso margen de fracaso.
En la página el sonido del vibráfono. Más allá todos los vibráfonos y las voces a través de la ventana. Prosigue la confusión, prosigue.

Que todo pudieran contenerlo
los bastiones enfrentados al mar.
Que lenguas poderosas vocearan
incertidumbre y tinieblas postergables.
Que las cosas cobren forma
y las ebriedades consistencia.
La muerte entonces,
convertida en programa perfecto
para la fuga. Definitiva.

Lo reconozco: he hecho trampa. El último verso lo acabo de añadir ahora mismo, justo cuando imaginaba, de nuevo, el mar gris que golpea la costa de Lima, como un arrebato de furibunda…imposibilidad…. Regreso entonces al final del texto de la libreta, y transcribo las dos últimas líneas…

Las botellas de los náufragos chocan en altamar, y apenas sonido de vidrio golpeado.

lunes, septiembre 01, 2008

Perú-2

Sábado, 30 de agosto de 2008

Enredado aún en las sensaciones peruanas, redescubres la libreta húngara número dos, la de tapa de cartón blando, color beige viejo, casi ahumado, y su misteriosa leyenda en portada:
Átírótömb
A/4, 3x50 lapos franciakockás
Kódszám: 3110900
La releíste precisamente ayer, y decidiste de inmediato dedicarle algunos posts, entremezclados con lo de hoy, como sueles, y con la formidable ensalada de desvaríos y saltos en el tiempo a que nos vas teniendo acostumbrados: nada que hacer, sonreiremos así como medio escépticos y te dejaremos a la tuya, enfermos seguramente de (auto)complacencia en nuestro hijito bienamado…
Vas a seguir, sin embargo, un poco todavía con el tema de Perú. Has repetido, una vez más, la fórmula de viajar en grupo grande (9 personas, algunas no demasiado conocidas). La primera vez que lo hiciste (Islandia, 1990, 8 personas) acabaste medio enfadado con los demás, pero a cambio conociste a Sofía. La segunda (China, 1992, 6 personas) te juraste que no lo volverías a hacer más… La diferencia, en esta ocasión, en el 2008, es que el viaje estaba bastante programado: hoteles, transportes, guías… Y la diferencia fundamental, sin duda: entonces tenías treinta y pocos, ahora tienes cuarenta y muchos…
Así que, sabiduría canosa manda, te has callado unas cuantas cosas y te has resignado ante otras tantas, y tengamos la fiesta en paz… Pero no deja de sorprenderte el poder del ego en estos “ancianillos” post hippyes, que se dedican, estos sí y no nosotros, a la autocomplacencia sin el más mínimo pudor, justificándose a cada paso, por supuesto, con lo importantísimas e inevitables que son cada una de sus pejiguerías de consumidores maleducados…
Es evidente que tú no te libras en el reparto de bofetadas virtuales, pero visto lo visto vas a tener que ir encargando un retratillo con aura radiante incorporada: paciente acarreador de tontería propia y ajena… Quieres decir, te explicas, o sea, que tu viaje ha estado inevitablemente marcado por el formato, ya lo decías en el post anterior, lo que no quita un ápice de belleza a, por ejemplo, la Plaza de Armas de Cuzco, o de Arequipa, ni un gramo de fiereza a los arrabales destechados en medio de la nada, del desierto, del cielo plomizo que se extiende varios kilómetros alrededor de Lima…
Habéis ido al Norte, a Huaraz, con el mal de altura medio instalado en la boca del estómago y la respiración asfixiada y reseca (¡interminable el catálogo de supuestos remedios y pastillitas diversas, retransmisión diaria de dolencias y panaceas, frente a tu escéptico/ascético mate de coca y sanseacabó, que los días lo iran curando todo…!). Las faldas del Huascarán y la ciudad pre-inca de Chavín os han visto trajinar, y niños campesinos han montado para vosotros su show de carretera: hileras de enanos de cuatro o cinco años bailoteando al paso polvoriento de las “movilidades” turísticas, imitando quizás a los malabaristas de semáforo urbano, a la espera de la dádiva caritativa… o del atropello posible, como ya ha sucedido alguna vez…
Os han hablado de las viejas culturas y de los cultivos en terraza que aún persisten, y que tratan de arrancarle a la tierra el maíz y las papas de cada día. Habéis visto, por ejemplo, el pueblo de Yungay enterrado por los aludes del apu inestable, el Huascarán permanentemente nevado a sus seis mil y pico metros, en los sismos del 70, sobrecogedora presencia a diez metros bajo vuestros pies, y quién sabe hasta cuándo, de nuevo, el desastre y la impotencia…
Habéis visto los pueblos de hormigueante actividad callejera, y de oferta permanente de cualquier cosa que el turista pueda comprar. Has vivido en propia carne lo que por lo visto sólo a ti te parece una doble humillación: la del que vende y la del que compra, extraños seres en los extremos radicales de la cadena de la explotación humana, puro número y puro disfraz. El disfraz del nativo (con sus “trajes regionales”), el disfraz del turista (inenarrable siempre… hasta cuando es uno quien lo lleva...), enlazados por las manos entre las que triunfa el billete de dólar, o de euro, o de soles, del que ambos estiran en el típico jueguecillo del regateo, qué bien, qué divertido… “¿Y por cuánto te lo ha dejado a ti…?”… La reducción absoluta del nativo a su condición de succionador de divisas, el gesto de gilipollas que se te queda a ti, estilizado surtidor de moneda con patas y cámara fotográfica….
Hablar de la contradicción es seguramente inútil pero…
¡CONTINUARÁS!