viernes, agosto 03, 2007

Verano-1

Sábado, 14 de Julio
Sudoroso. Zumba el ventilador. Te acabas de duchar, después del cotidiano paseo en bicicleta: 30 km. ida y vuelta al pueblo de al lado. No son aún las once y media, y aprieta el calor en la dehesa cacereña. Todavía con la imagen de las encinas y los buitres, las cabras y los cerdos (hoy no te has topado con ninguna piara de las que salen corriendo cuando pasas con la bici por su lado, interrumpiendo el metódico rastreo del suelo…) te encaras al portátil de las vacaciones. Sin conexión a Internet, pasará quizás un mes hasta que publiques el post correspondiente, y eso te da a la vez pereza y tranquilidad: no hay prisas, no hay plazos que cumplir, calma chicha.
La rutina proseguirá plácidamente. Hoy no tienes que ir al pueblo del otro lado (el contrario del de la bici) a comprar la prensa (en este dejaron de venderla hace un par de años, por falta de interés; los de ese otro pueblo es que son “tontinos” y se creen que son algo), porque se la habéis conseguido encargar a alguien. Así que trabajarás en tus cosas: el álbum de fotos siempre postergado por toda clase de obligaciones durante el año (todavía vas por el viaje a Argentina de la Navidad del 2005…), los textos de la obra de teatro del año que viene (que esta vez se resisten, quizás porque estés llegando al agotamiento de la fórmula que has venido utilizando… o quizás es que estás un poco harto de tenerte que pelear con todo el mundo para alcanzar apenas un par de objetivos gratificantes, de los que nadie se entera). Entre una cosa y otra, se hará la hora de los vinitos (sobre la una y media), y saldrás con Sofía a recorrer un par de bares del pueblo. La tradición, por cierto, se está echando a perder. Encontraréis apenas a diez o doce personas más en vuestro trayecto, prácticamente todas mayores que vosotros. Los jóvenes no salen, y los mayores dejaron de hacerlo, y si lo hacen cubren los cien metros de distancia que hay entre bar y bar subidos en sus cochazos, supones que con el doble objetivo de no cansarse y de exhibir sus posesiones. Sólo los días señalados salen todos, en manada, y abarrotan los pocos bares que van quedando: este año han cerrado un par más…
Volveréis a la hora de comer. De momento estáis sólo vosotros y tus suegros. El resto de las hermanas y consortes y sobrinos siguen desperdigados, algunos en tu casa de Valencia, otros en la suya, esperando las vacaciones. Te encanta, por supuesto, la consiguiente tranquilidad, sin aglomeraciones, sin niños, sin jaleos ni discusiones… La siesta se prolongará hasta las siete, entre duermevelas, lecturas voraces y algo de trabajillo si el cuerpo da para ello. Sí, reconoces que eres un absoluto asocial. Apenas ves durante el día al resto de la gente. Sofía disfruta de estos días como una cosaca, dándole a la lengua con todo miembro de la familia que se ponga a tiro, y el goce conversacional lo comparten todos ellos como un hecho connatural a sus personas. Siempre te ha maravillado la capacidad lingüística desarrollada por los habitantes de este lado de las Españas, adornada además por usos léxicos y gramaticales que rozan la delicia arqueológica. Nada que ver con tu habitual laconismo tirando a taciturno y misántropo, que te hace encerrarte en tu mundillo particular, un actitud por otro lado que ya todo el mundo acepta como “tus cosas”. Así que hasta la hora de la cena zascandilearás un poco por las dependencias comunes, cruzando alguna que otra frase ocasional, enfrascado en un libro o en el telediario de turno, sirviéndote un vinito de la cosecha de pitarra de tu suegro y comiendo algo para acompañarlo.
Tras la cena, algo parecido. Si hace buen tiempo (o sea, si no sopla ese aire delicioso tras una jornada completa a 40 grados a la sombra, que provoque sensación de “friíno” en alguno de los contertulios), el grueso de la familia saldrá al portal de la casa a ver pasar a la gente, a “palrar” de sus cosas y a cotillear sobre los vecinos, o a intentar recordar el nombre de la mujer del bisabuelo del tío Enrique, el que tenía una finca en la partida del encinar dos años antes de la guerra. Cuestiones apasionantes que a ti te importan un pimiento (ya pasaste en tu momento por estas sesiones en las que apenas podías meter baza, y te ganaste tu derecho a la ausencia…), así que te quedarás un rato viendo algo en la televisión, y subirás pronto a acostarte, con tu libro, que va llegando al final a velocidades de vértigo…