Peña de Francia
Viernes, 23 de abril de 2009
Llueve. Pero los caminos respiran, y nosotros con ellos.
Desde la ventana, vemos como se levanta la bruma, y adivinamos las sendas, y presentimos nuestras pisadas.
Turistas en la plaza de La Alberca. Turistas en las calles de Ciudad Rodrigo, sorteando humedades y saboreando las tapas con el vino. Descubrimientos inesperados, y el sosiego del paseo con paraguas prevenido…
El tiempo se esfuma, y nos descubre deseantes. Internarse en un camino, diría quizás Héctor, para ya no regresar. Habitar entre las piedras modeladas por el artista más o menos desconocido y paciente. Resguardarse tras ellas para contemplar el paso de las horas y conversar en su dialecto imposible con pájaros incansables.
Regresar al día de hoy, se impondrá sin duda Enrique. Lidiar con todo y cada cosa para mantenernos en pie.
Y con la boca abierta.
Seamos breves: el tiempo apremia.
Deseemos. Con cada una de nuestras fuerzas.
Llueve. Pero los caminos respiran, y nosotros con ellos.
Desde la ventana, vemos como se levanta la bruma, y adivinamos las sendas, y presentimos nuestras pisadas.
Turistas en la plaza de La Alberca. Turistas en las calles de Ciudad Rodrigo, sorteando humedades y saboreando las tapas con el vino. Descubrimientos inesperados, y el sosiego del paseo con paraguas prevenido…
El tiempo se esfuma, y nos descubre deseantes. Internarse en un camino, diría quizás Héctor, para ya no regresar. Habitar entre las piedras modeladas por el artista más o menos desconocido y paciente. Resguardarse tras ellas para contemplar el paso de las horas y conversar en su dialecto imposible con pájaros incansables.
Regresar al día de hoy, se impondrá sin duda Enrique. Lidiar con todo y cada cosa para mantenernos en pie.
Y con la boca abierta.
Seamos breves: el tiempo apremia.
Deseemos. Con cada una de nuestras fuerzas.