Goulasch chino
23-5-2008
Vienes de cabeza a la libreta húngara. Anotas la fecha. Respiras. Miras la última entrada: 24-12-1992.
Te acabas de duchar y afeitar y en esta época del año eso significa que, durante un buen rato, vas a seguir con los sudores del agua caliente a flor de piel, y la transpiración de poro abierto ejercerá de pasadizo atemporal hacia los ti mismo por cuya nariz ahora se desliza el fluido de las memorias…
Retiras un momento tus flamantes gafas de leer (¡gafas de leer, quién te lo iba a decir, gran jefe ojo certero!) y explicas: la libreta ha estado “aparcada”, junto con otras congéneres suyas, en un estante bajo de tu biblioteca casera, a la espera de futuras revisiones. Volvió a la luz hace más o menos un mes, cuando te dio por establecer puentes con pasados cuasi geológicos desde los que mandarte a ti mismo messages in a bottle, a ritmo precisamente de Police y compañía, en aquellos tiempos de Radio 3 full time que ahora reproduces en el coche, cada mañana, eterna New Wave casi petrificada en las frentes de los que allí estuvisteis (¿allí seguís?) para contarlo…
Te paras. Vas a leer esa anotación del 92 (Barceloooooonaaaaaa…)
Por supuesto: tienes que transcribirla. Juras por lo que queramos que no la habías leído antes de ponerte a escribir, hoy. Aunque lo parezca… Tenías, entonces, en diciembre del 92, medio iniciado el relato del viaje que habíais hecho ese verano: China, nada menos, de la que quedará probablemente para tu memoria particular la imagen de las Olimpiadas vistas a través de la tele descacharrada (que había que poner en marcha con… ¡un cortaúñas!) de una auténtica habitación china de hotel, con melón en descomposición bajo la cama. La anotación anterior había acabado con un… ¿Continuará?
24-12-1992
No continuó: si quieres saber más, ven y te lo cuento, que las palabras dichas regatearán por entre los labios y las fotos para alejar un poco más la memoria de lo exacto, y de las fechas.
Después, he vuelto a pensar en las ficciones, quizás para distribuirlas aquí, en el estudio, por entre las estanterías atestadas y caóticas, quizás para colgarlas a secar por las patas, y darles solera y robustez de jamoncillo curado y lomo corruscante.
Tal vez a ello vaya, si las pilas de trabajos escolares lo permiten, sofocados aprendices de hacedores de letras enfangadas en calificaciones y faltas de ortografía.
Es el estudio como una metáfora de todas estas pretensiones: se acumulan las edades en forma de libros y revistas que no hay quien catalogue, y uno piensa, precisamente, claudicante, en el bonito ordenador, con su teclado, su pantalla, y su reconfortante presencia salvadora.
Sandeces, claro.
Nada que supere a la furia del amanuense en plena liberación de sus instintos, si es que los tiene.
Ya estoy aquí, y ya tengo ganas de salir corriendo a hacer otras cosas, quién sabe cuáles o por qué. Esa es la idea: encerrarme aquí algún tiempo al día, utilizar todo este material disperso, mi cabeza incluida, recuperar las ansias de jovencito enciclopédico que me hicieron comenzar, pero nunca consiguieron hacerme proseguir.
Y, mucho menos aún, finalizar.
Vienes de cabeza a la libreta húngara. Anotas la fecha. Respiras. Miras la última entrada: 24-12-1992.
Te acabas de duchar y afeitar y en esta época del año eso significa que, durante un buen rato, vas a seguir con los sudores del agua caliente a flor de piel, y la transpiración de poro abierto ejercerá de pasadizo atemporal hacia los ti mismo por cuya nariz ahora se desliza el fluido de las memorias…
Retiras un momento tus flamantes gafas de leer (¡gafas de leer, quién te lo iba a decir, gran jefe ojo certero!) y explicas: la libreta ha estado “aparcada”, junto con otras congéneres suyas, en un estante bajo de tu biblioteca casera, a la espera de futuras revisiones. Volvió a la luz hace más o menos un mes, cuando te dio por establecer puentes con pasados cuasi geológicos desde los que mandarte a ti mismo messages in a bottle, a ritmo precisamente de Police y compañía, en aquellos tiempos de Radio 3 full time que ahora reproduces en el coche, cada mañana, eterna New Wave casi petrificada en las frentes de los que allí estuvisteis (¿allí seguís?) para contarlo…
Te paras. Vas a leer esa anotación del 92 (Barceloooooonaaaaaa…)
Por supuesto: tienes que transcribirla. Juras por lo que queramos que no la habías leído antes de ponerte a escribir, hoy. Aunque lo parezca… Tenías, entonces, en diciembre del 92, medio iniciado el relato del viaje que habíais hecho ese verano: China, nada menos, de la que quedará probablemente para tu memoria particular la imagen de las Olimpiadas vistas a través de la tele descacharrada (que había que poner en marcha con… ¡un cortaúñas!) de una auténtica habitación china de hotel, con melón en descomposición bajo la cama. La anotación anterior había acabado con un… ¿Continuará?
24-12-1992
No continuó: si quieres saber más, ven y te lo cuento, que las palabras dichas regatearán por entre los labios y las fotos para alejar un poco más la memoria de lo exacto, y de las fechas.
Después, he vuelto a pensar en las ficciones, quizás para distribuirlas aquí, en el estudio, por entre las estanterías atestadas y caóticas, quizás para colgarlas a secar por las patas, y darles solera y robustez de jamoncillo curado y lomo corruscante.
Tal vez a ello vaya, si las pilas de trabajos escolares lo permiten, sofocados aprendices de hacedores de letras enfangadas en calificaciones y faltas de ortografía.
Es el estudio como una metáfora de todas estas pretensiones: se acumulan las edades en forma de libros y revistas que no hay quien catalogue, y uno piensa, precisamente, claudicante, en el bonito ordenador, con su teclado, su pantalla, y su reconfortante presencia salvadora.
Sandeces, claro.
Nada que supere a la furia del amanuense en plena liberación de sus instintos, si es que los tiene.
Ya estoy aquí, y ya tengo ganas de salir corriendo a hacer otras cosas, quién sabe cuáles o por qué. Esa es la idea: encerrarme aquí algún tiempo al día, utilizar todo este material disperso, mi cabeza incluida, recuperar las ansias de jovencito enciclopédico que me hicieron comenzar, pero nunca consiguieron hacerme proseguir.
Y, mucho menos aún, finalizar.