Cuatro de la tarde. Fuera del hábitat natural, de la mesa camilla con brasero eléctrico (consecuencia de las regulares visitas de los suegros, mesecito al año, y costumbres a las que probablemente habría que levantar algún monumento) en que últimamente escribías tu post semanal. Biblioteca del Instituto. Centro vacío. Reuniones para la Evaluación trimestral. Tarde, pues, de terapia de grupo y lamentos varios. Te aíslas, pues, un rato, buscando quizás nuestra compañía, aunque sea virtual. Cansado. Llevas unos cuantos días leyendo insensateces en forma de trabajos escolares, y eso debilita a cualquiera. Comprobación (enésima) de la evidencia: todo pasa y nada queda por las mentes ajetreadas de nuestros ciber-estudiantes. ¡Lástima de tanto tiempo perdido!
Te acabas de enterar, por otro lado, del atentado contra el exconcejal socialista de Mondragón. Desconoces los detalles. Lo primero que has pensado es: menos mal que no ha sido a alguien del PP. No tienes ningunas ganas de oír la batería de sandeces que, sin duda, se les hubieran ocurrido. Es bastante probable que, aun así, también se les ocurran ahora: es genial lanzar cadáveres a la cabeza del adversario electoral, y a la cabeza de la decencia, o de la ética, o del sentido común también, y si no no haber osado llevarles la contraria: la culpa es nuestra, por desafectos.
O también: el Miércoles pasado la vicepresidenta, Fernández de la Vega, estuvo en el Instituto de Sofía. Encuentro con un grupo de alumnos, en clase. Charla distendida, más o menos electoral. Esa misma tarde apareció una reseña en Libertad Digital, el ciber periódico facha. Si a alguien le apetece, que la busque: no tiene desperdicio. Según ellos, la vice había dado una clase de Educación para la Ciudadanía, adoctrinando a los pobres “niños” (mastuercillos de 4º de la ESO, 16 añitos) cual Goebbels despiadado. Ayer jueves llegaron al centro no menos de doscientos mails amenazantes, insultantes, mágnificos ejemplos de cómo se defiende la “Libertad digital” en este país de obispos al galope e inquisidores nostálgicos de viejos poderes ejecutores. Incluso una señora (de Valladolid, nada menos) estuvo dando repetidamente la paliza… ¡por teléfono!
Estamos, pues, rodeados. En tus pesadillas, ejércitos zombies de niñas de Rajoy (como las que salían ayer en el mitin del susodicho en la plaza de toros de Valencia) te persiguen para devorarte las malas entrañas de rojo criminal, con un crucifijo de dimensiones inmorales en ristre, y sartas de cilicios por metros, dispuestas a regenerarte, a hacer de ti un auténtico meapilas morboso, babeante, de voz meliflua y ademanes de santo varón auténticamente preocupado porque siga habiendo mendigos a las puertas de las Iglesias: los emigrantes quedarían perfectos para el óbolo misericordioso de las familias españolas de bien, a la salida de la misa reconfortante y espiritualmente imprescindible para el verdadero equilibrio asexuado, que nos garantice que las mujeres callen ante toda agresión, porque su deber es el que es, y no nos tires de la lengua, no nos tires de la lengua, que nos desbocamos, y luego pasa lo que pasa, pierdes el hilo y acabas diciendo, por ejemplo, que te vas a tener que plantear hacerte objetor tú también: ¿qué tal no volver a firmar un boletín de notas en el que aparezca “Religión” como asignatura de tus alumnos? ¿Qué tal negarte a cumplir ni una sola hora de “Alternativa a la Religión”? ¿Qué tal impedir de modo físico que ningún cura se acerque a los estudiantes confiados a la custodia de un centro de educación público y laico? ¡Ya está bien! Como decía Serrat: entre estos tipos y tú hace ya mucho tiempo que hay algo personal. Definitivamente, hay que olvidarse de la buena educación. ¡A por ellos, y no paremos hasta conseguir una República que valga la pena! Al menos, como sueño, está mejor que la pesadilla de tutús y camisetitas inmaculadas: “Yo soy la niña de Rajoy”. Por cierto, la pesadilla ganaba en terrorífico efecto si se oía de fondo el vozarrón alcohólico festivo de Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, pronosticando “Victoria, Victoria” entre arrebatos enfervorizados dignos del mejor vudú haitiano. En fin: defendámonos, mientras aún estemos a tiempo…