viernes, julio 14, 2006

Intermedio

Las tumbas, en el cementerio de Montparnasse, parecen jugar al escondite con el visitante más o menos mitómano. Cuando nos lo cuentas, nos dices que crees haberlo oído, o leído, en algún lugar, pero que para ti la sensación había sido nueva, e igualmente desasosegante. Seguro que el ectoplasmilla burlón de Julio, si es que le tocaba estar por allí esa tarde calurosa de su mes tocayo, se estaba partiendo de risa apoyado, pongamos por caso, en la igualmente invisible tumba de vete tú a saber qué celebridad difunta. No te privaste, sin embargo, de hacer una foto a boleo de la zona donde los mapas dicen que habita Cortázar (lo que quiera ser ese Cortázar último y silente…), con la torre de Montparnasse al fondo, por aquello de las estéticas más o menos esdrújulamente fálicas… A él le hubiera gustado, seguro, y a la Maga no te digo (quizás, reflexiva, tras la oportuna explicación de Oliveira: “siempre estás pensando en lo mismo, vos”).
Es el caso que estos breves días parisinos han hecho de ti una especie de viejo verde degustador de las multiculturales esencias del vestuario veraniego femenino… Espectáculo doble, el de la ciudad bella y excesiva y el de sus gentes de todos los colores arriba y abajo, en el Metro todavía con el regusto al saxo perdido de Johnny Carter, en las calles con olor a mantequilla de bistrot o a efluvios de cus-cus, punteado aquí y allá por el no-olor del sushi invasor y un poco descolocado, entre tanto bullicio. Uno no debería mirar tanto a las mujeres, después de los cuarenta, pero París está precisamente en la raíz de todas las ansiedades adolescentes, y tú, nos dices, no estabas dispuesto a dejar escapar semejante oportunidad de regresión inmaculadamente inocente, perversamente pueril…
Porque las Auroras, sí, siguen estando del otro lado, pero en éste el héroe de los cómics sigue vivo y dispuesto a todo: dispuesto a la muerte dulce del cierre suavemente desabrochado, del vestido que resbala, ligero como seda insomne, cuerpo abajo y se arremolina sobre los tobillos con cadena imperceptible… Y el héroe (continúas embalado y feliz) ama el leve perfume a sudor que desprenden las pieles brillantes en verano, y los no tan leves aromas de los sexos excitados, en el combate presentido que ha de trabarlos sobre lechos de blando revoltijo, de muslos encendidos y manos volanderas… Debería estar prohibido dejar correr la imaginación de esta forma cuando uno es un señor tan adultamente responsable, te decimos, seguramente un poco desbordados ante semejante ataque de ardor a contratiempo. Pero es que siempre fue así, nos contestamos, sin esperar tu reacción. Siempre fue más el sueño que las veras, y siempre la realidad se quedó un poco por detrás de la sugestión…
Sugestionémonos todos, pues, concluyes radiante, mientras entornas los ojos, para sumergirte no queremos saber en qué imágenes de lujuria y placer desenfrenados… No, desenfrenados no (abres los ojos de repente), mejor la lentitud, mejor degustar pieles centímetro a centímetro, sabores apenas captados con la punta de la lengua, y el sonido casi desesperantemente arrastrado de un gemir hacia adentro, hacia el lugar perfecto en el que ya nos conocemos casi del todo, hace tanto, tanto tiempo…

lunes, julio 03, 2006

París

Cociéndote a calor vivo, te preparas para la fuga. Huirás de la ciudad tomada por las huestes papales, incienso y after-shave con olor a sacristía, meliflua sonrisa de familia-de-verdad y no ese-asco-de maricones-y-bolleras, triunfo de la fe sobre la duda metódica (¿tendrán pilila los ángeles?, ¿parirán con dolor los obispos?), llamarada roja de vestidito de alcaldesa y oro de casulla finísima, mari, de la muerte, en fin, delirio de bienpensantes sueltos sin collar ni bozal, propagando cara al mundo expectante la genialidad sin complejos de sus convicciones más profundas. No malgastarás ni una palabra más en los delirios de esa pandilla de brujos asesinos, cínicos y despiadados. ¡París te espera!
Ya has recorrido sobre el plano rincones y trayectos de más o menos mito literario. Ya has recordado sensaciones de tu otra visita, media vida, va para veinte años, navidad y foto de cara aterida, con fondo de Pont des Arts y el Sena prediciendo la próxima nevada, ya has creído reconocer a aquel que eras en este que certifica tu identidad constante sobre el tiempo, mutante en las aceras cotidianas… Has planeado las rutas mágicas del no-lugar en el que aún no estás, sabiendo ya que nada nuevo te ha de curar de espantos, que los dejà vu siempre ganan, que seguirás contigo (y con nosotros) hasta el final, sobre la ruta ya trazada…
¡Qué narices!, pareces Kavafis de viaje a Itaca, cantando la versión de Llach a toda garganta, de camino al instituto: “Quan surts per fer el viatge cap a Itaca…”, como hacías algunos años antes del primer París, a milenios de este segundo, a años luz de quien ahora eres, recordando, sin embargo, todavía la canción. Esto de recordar canciones, listillo, ya sabemos que es más que nada un guiño a alguna de esas Auroras intermitentes y cibernéticas con que te entretienes cuando crees que no miramos, pero te lo dejaremos pasar: a fin de cuentas, sigues tan inocente como siempre, y esta tu nueva furia escribidora nos conmueve hasta los tuetanillos del alma por cristianizar…
Quizá la escapada mitigue un poco el persistente retrogusto (tu vocabulario enológico mejora a ojos vistas) a mierda que te ha dejado el fin de curso, las últimas tonterías docentes que te ha sido dado escuchar antes de despedirte del garito vallado en que trabajas, domesticador de adolescentes desbordados de cables que los conectan a sus propias nadas, libremente elegidas en el centro comercial de guardia. “Deberíamos reflexionar: las notas de selectividad de nuestros alumnos han sido más altas que las que les hemos puesto nosotros… Nuestra matrícula baja, y corre el rumor de que en el otro instituto público del pueblo se sacan mejores calificaciones…”. Sí señor, no hay nada como la ley de la oferta y la demanda para certificar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y en el más culto, y en el más civilizado, como dijo la célebre escritora, Sara Mago, Premio Nobel Sin Filtro a la excelencia académica… Tampoco aquí malgastarás furioso tecleo, que el ordenador a fin de cuentas te lo pagas tú y estás de vacaciones, libre de cuitas, ansioso de nuevas experiencias, tachín, tachán, y sabiendo ya el significado de todas las Itacas…
A punto, pues, de dejar tu casa, despidiéndote de unos y de otros, reservando hoteles y entradas de teatro (porque después de París vendrán Almagro, y Mérida, y lo que caiga…), y con la sensación de estar recuperando algo muy valioso con este gorgoteo incontenible de palabras que nos vas endosando, un poco a las escondidas, buscando huecos no tan fáciles de encontrar en esa vida que llevas, repletita de mini-obligaciones cotidianas. Nos tienes algo desconcertados, debemos decirte, pero ya sabes que no dejaremos de apoyarte, que tus decisiones son las nuestras, qué remedio, y que contigo estaremos hasta las heces, hasta el día en que, sin duda, el Gran Silencio regrese y te cubra (nos cubra) quizá ya para siempre… O para dentro de un rato, que eso nunca se sabe.