miércoles, febrero 21, 2007

Veinte años

Viste una representación de Teatro de los Sentidos (“El hilo de Ariadna”) hace casi veinte años, en Madrid. Has vuelto a verlos ahora (“La memoria del vino”) en Valencia. Veinte años condensados en sensaciones y, seguramente, en equilibrio personal. En Madrid los actores os guiaban, os llevaban de un sitio a otro, después de taparos los ojos, y teníais que confiar plenamente, y mantener todos los sentidos dispuestos… Esta otra tarde se trataba de la fiesta, del ritual conjunto, pero también con momentos de oscuridad, de aislamiento, de sentirte solo y “desvalido” ante las sensaciones que se iban desplegando a tu alrededor…
Quizá una metáfora de la continuidad, y del deseo de vida y de comunicación, punzante aún en este mundo de individuos bloque, bien separados uno a uno, con ilusión de independencia, de auto-suficiencia enganchada al falso sustitutivo, al remedo de “comunicación” que mantenemos como espejismo que casi todo lo justifica…
El teatro, este en concreto, como elemento limpiador de mentes y cuerpos embotados. Cuando un actor (mejor una actriz, en tu caso) se acerca a ti y te toca, te conduce, te habla al oído, está cubriendo, probablemente, tu cupo anual de contacto piel a piel con “lo desconocido”: lo próximo, lo que está al alcance de la mano (esa mano que nunca alargamos más allá del territorio de seguridad, por miedo a las inevitables pirañas de mordisco criminal, subrepticio, esperable…). El semejante-enemigo, el que no es yo y no me conoce, de repente (pero no es de repente: esto es teatro) se acerca a ti ingenuamente, sin pretender nada, para jugar, para bailar, para (por ejemplo) pisar uvas con los pies descalzos, metidos en un barreño, junto con otros desconocidos. La actriz al final os limpia los pies uno a uno con un trapo: Jesucristo no sectario que purifica las herramientas sagradas de Dionisos, los pies que nos unen a la tierra, y al vino dador de vida…¡y borrachera!
Cuando regresas al exterior, sois tú y tu doble de hace veinte años los que salís, unidos en una simultaneidad que incluye en su interior el tiempo transcurrido, en un alarde de magias cotidianas y simples: la vida fluyente ha tenido un instante de condensación, de solidificación. Pura esencia de ti destilado, recibes el aire de la noche, eres, existes, juntos a la vez todos los que alguna vez has sido…
Luego será de nuevo la disgregación, al calor de la vida que prosigue, de las hordas de lo real que acecha, con mueca de cazador seguro de su triunfo. Al menos hoy sonríes, recuerdas, vives tu plenitud de yoes reencontrados.
Disfrutas.

miércoles, febrero 14, 2007

Tres

I
Los discursos elaborados, ya te lo advertimos, acaban produciendo series insufribles de textos-butifarra. Secciones de embutido prolongándose hacia horizontes de lánguida digestión léxica, sonora quizás flatulencia íntima apenas orientada hacia el exterior. Así que, a partir de ahora, brevedad, ritmo y sustancia concentrada. Rápido apunte, fugaz visión, detalle de haiku inmovilizado, o barbaridad a borbotón burbujeante, o exabrupto feroz e instantáneo, algo, chicha, condumio, alimento de neurona ágil, chispeante (tu adjetivo: saltarina).

II
Aprovechas una clase para preparar esto. Siete alumnos trabajan sobre sus anotaciones de la asignatura de Dramatización. Tú, frente a ellos, los miras y reflexionas. Tiempo para la pausa en medio de la vorágine: aislados por un momento del exterior. Estáis en el salón de actos, que utilizas como clase. Suena un disco variado de música étnica (“¿No nos podrías poner algo de Bisbal? Esta música es un rollo”). Va pasando la mañana: un día más, prendido en la sucesión. A la espera.

III
“El malo de la película”, espectáculo de Albert Pla, domingo por la tarde. “Hay que matar al jefe de la tribu”, es una de sus canciones-jolgorio. Se suceden en la pantalla imágenes de “asesinables”, desde el Papa hasta quien uno quiera imaginar (¡sí, ese también!), pasando por Bush, por supuesto. Se diría que esto parece más bien “incorrecto”… ¿no? ¡Y unas narices! Disfrutas como un enano con la posibilidad, o con la narración cantada de un incendio total en Estados Unidos, provocado por una colilla “espalda mojada”, que al final consigue enviar todo el país…”¡a tomar por el culo!”. Se llevan también su ración los Reyes, los constructores, los nacionalistas españoles, los catalanes… y hasta los exhibidores de enfermedades aparatosas…
Parece mentira que, en este país de tanto potencial “ofendible” nadie se haya metido con el bueno de Albert, ni le haya prohibido pisar la santa tierra española para siempre jamás… No te preocupes, alguien lo hará. De momento…¡calla y disfruta! Y es que, como se dice en el espectáculo: “A veces tengo malos pensamientos”.

jueves, febrero 08, 2007

La narración, la culpa, y alguna que otra torpeza...

El futuro, nos dices, ya no puede ser narración: no esperas acontecimientos nuevos. Los años transcurren en una sucesión de ciclos, los hechos se van repitiendo, con la mínima variación de cada vez. Hay puntos de fuga, intersticios en los que refugiarse de cuando en cuando, pero siempre al margen del tiempo, fuera de la sucesión, pausas, se diría, para tomar un respiro y proseguir cabalgando sobre la elipse inmisericorde. Podrías romper esa inercia, pero ya lo has dicho otras veces: no vas a hacerlo. Sabes que la ruptura supondría únicamente otra leve variación, que en el acto se volvería a transformar en secuencia inaugural del mismo ciclo apenas travestido… La solución es el poema, el corte transversal que explora la materia como si fuera espacio, atrapado en un instante inmóvil, suspendido fuera de las historias y de los transcursos: espejismos de existencia falsaria, los relatos, ficciones no rutinarias que esconden la dentellada repentina, el hallazgo de aquello que no estaba allí pero ahora está y permanece, en equilibrio de humana transparencia.
Sólo el pasado puede ser narrado, a condición de liberarlo de toda responsabilidad sobre nuestro presente o de, precisamente, todo lo contrario: a condición de convertirlo en excusa, en justificación del ser rutinario, en búsqueda del punto de inicio de la espiral cíclica que en algún momento comenzó a avanzar sobre sí misma, dentellada insurgente y desleal… Los Héctor, las Aurora, se te ocurre, justo cuando comprendes que tanta charla inconexa (si revisas lo que acabas de decirnos verás que te has hecho tal lío que parecería que vas atando espirales con nudo marinero, cowboy tartaja que las pilla al vuelo y las despluma, con tal de no mantener la boquita cerrada) no es más que pretexto para citarlos, para justamente narrar, ilustrar la teoría de los seres sucesivos que son el mismo ser deseado, el imán del así quiero ser, en el caso de Héctor, la rasgadura por donde asoma el dolor del adicto a la frustración: las Auroras imposibles siempre fugaces y al alcance de la mano, en huida permanente hacia obsesiones entrecruzadas, sufrimientos de habitación vacía, teléfono silencioso, ruidos callejeros, puertas que se abrecierran, luces y oscuridades repartidas sobre el fondo de la ventana tras la que atisbas, controlas, desvarías…
Has estado haciendo cuentas, y el primer Héctor tenía apenas ocho años, y era un chico asturiano, rubio, guapo, y tan forastero como tú, el empollón (mentira cochina: jamás has necesitado “empollar” nada, faltaría más, bonita gilipollez) gordito al que había que hablar en castellano, cambiando de idioma como señalando con el dedo… (y luego los listillos maldecirán la inmersión lingüística: ¡qué hubiera dado mi yo niño “churro” por verse obligado a hablar el valenciano de los demás, de los integrados, de los “vileros” de toda la vida!). Amigo inalcanzable, claro, ante el que intentabas hacerte visible por todos los medios. Con distintas edades y complexiones, así fueron siendo todos los demás, y tú los ibas reconociendo casi al instante, para buscar su sombra, disimuladamente boquiabierto, erizado y tenso como para el salto hacia el camarada perfecto, tu doble ejemplar, triunfante, amado por el universo mundo enterito y sin excepción.

Ahora ha pasado casi un mes desde que nos explicaste esto. Hemos tenido que mandarte una amenaza pública para que volvieras al redil. Falta de tiempo, nos dices, líos múltiples, obligaciones… ¡Y juergas cibernéticas que sabemos que te corres en tu tiempo libre, quién sabe si todavía en ridícula persecución (¡a tus años!) de Auroras fantasmagóricas que te alegren las entretelas! Ya no hay más Héctor, ya apenas entrevistas Auroras de suspiro melancólico por lo que ni fue ni será nunca… Te hiciste mayor, ya veis, insistes ante nosotros, compungido y comediante, pobre de ti, tan perdidito en tu cabezota claudicante… Curioso: en un comentario se metían con tu tendencia a la autoinculpación, disfraz indudable de una permanente excusatio non petita… ¡Exactamente el mismo razonamiento de aquel Héctor heidelbergiano: cronopín, excronopín agobiado por el peso del pecado original! Brindemos por y con la comentarista: olvidemos cuanto antes los “debo”, empeñémonos en los “puedo” liberadores. Vivamos, de una puñetera vez… A ver si te aplicas el cuento, llorón, más que llorón…

viernes, febrero 02, 2007

Mensaje en botella

Tu conducta a lo largo de esta semana ha dejado mucho que desear. Casi literalmente, nos has abandonado. No vale la pena que te disculpes... Nos has dejado con una entrada a medias, inconclusa, y encima te permites el lujo de largarte de fin de semana con tus amigotes... La verdad es que se te tendrían que indigestar los calçots... En fin. Que estas cuatro palabras te sirvan de mortificación a tu regreso.
Por otro lado, tentados estamos de desvelar tus secretos, tus grotescas andanzas internáuticas y tus ganas de complicarte la vida, esa vida tan tranquila y sosilla de la que tanto alardeas... Quién sabe, tal vez lo hagamos... Tú sigue mosqueándonos y verás.