Nápoles
Antes que nada: la Bahía de Nápoles. Quieres contarnos tu viajecillo fallero, y te plantas ahí, mojón enhiesto con el índice extendido hacia la visión magnífica. El Vesubio, emponzoñado de edificaciones modernas que no pueden con él, que lo delimitan y lo afean, es cierto, pero sin conseguir que el volcán les ofrezca siquiera un gesto de desprecio. Bastará una sacudida, una más, para que vayan todas a tomar viento (repetimos a sabiendas la expresión: homenaje, y guiño, y saludo, y lo que el receptor quiera tomar de nosotros y de la compaña, a su salud y a la nuestra) y se pierdan en las espesuras y entrañas de la tierra que las sustenta. El mar y Capri al fondo. La Costa Amalfitana escondida tras el capricho de los recovecos marítimos. La ciudad a sus pies, maravillosamente ocre y salpicada de cúpulas. Desde aquí arriba (Convento de San Martino, Castillo de San Elmo) no se ven la suciedad ni el abandono, no se ve el gesto aparentemente torvo de la gente que malvive en algunas de sus callejuelas (Barrio Español, sin ir más lejos), no se ven las oscuras maniobras de los diferentes estratos camorristas y demás “proveedores de riqueza popular”.
Nápoles dormita y bulle bajo nuestra mirada, como el sueño de sí misma que tal vez siempre quiso ser. La exuberancia marmórea de los interiores eclesiásticos se te ha hecho (¿sin explicaciones?) más amable que la irreverente grandiosidad romana. La intransigencia meapilas elevó sus templos a la soberbia magnificente que insulta a todas las pobrezas, también aquí, pero no puedes evitar el deleite de las formas armónicas engarzadas en mil colores, las líneas de equilibrio y placidez de San Genaro, por ejemplo, el logro de los artistas que vendieron su trabajo al mejor postor, a costa quizás de su alma de artífices de lo imposible…
En Roma, mientras tanto, la Pietà llora su impotencia (agolpamiento de turistas y flashes incontrolados) a la entrada del gran monstruo: San Pedro. Proliferan a su alrededor las grandes estatuas de los Papas: blasfemias. Blasfemias a sabiendas que te revuelven el estómago. Y sin duda Miguel Ángel, o Bernini, no tuvieron la culpa y las tuvieron todas. Que les quiten lo bailao, y que nos lo quiten a nosotros, si ello fuera posible. La belleza es otra cosa y, sin duda, algún día llenaremos sus traseros (y el resto de sus orificios, ya de paso) de hojas de parra hipócritas como ellos mismos, y sus pedos de incienso aromatizarán el infierno de su condena, y el aullido de tanta miseria condenada en tierra por sus delirios de beatería omnipotente les cantará las cuarenta para toda la eternidad. Así sea.
Pero Nápoles…
Nápoles dormita y bulle bajo nuestra mirada, como el sueño de sí misma que tal vez siempre quiso ser. La exuberancia marmórea de los interiores eclesiásticos se te ha hecho (¿sin explicaciones?) más amable que la irreverente grandiosidad romana. La intransigencia meapilas elevó sus templos a la soberbia magnificente que insulta a todas las pobrezas, también aquí, pero no puedes evitar el deleite de las formas armónicas engarzadas en mil colores, las líneas de equilibrio y placidez de San Genaro, por ejemplo, el logro de los artistas que vendieron su trabajo al mejor postor, a costa quizás de su alma de artífices de lo imposible…
En Roma, mientras tanto, la Pietà llora su impotencia (agolpamiento de turistas y flashes incontrolados) a la entrada del gran monstruo: San Pedro. Proliferan a su alrededor las grandes estatuas de los Papas: blasfemias. Blasfemias a sabiendas que te revuelven el estómago. Y sin duda Miguel Ángel, o Bernini, no tuvieron la culpa y las tuvieron todas. Que les quiten lo bailao, y que nos lo quiten a nosotros, si ello fuera posible. La belleza es otra cosa y, sin duda, algún día llenaremos sus traseros (y el resto de sus orificios, ya de paso) de hojas de parra hipócritas como ellos mismos, y sus pedos de incienso aromatizarán el infierno de su condena, y el aullido de tanta miseria condenada en tierra por sus delirios de beatería omnipotente les cantará las cuarenta para toda la eternidad. Así sea.
Pero Nápoles…
8 Comments:
Héctor que bueno conociste el sur de Italia y Roma ...es hermoso , estuviste en Positano ? Que paisajes ver desde lo alto las casas colgando en el golfo, hermoso me alegra mucho por vos :)Eso sí la causticidad no ha faltado y en todo de acuerdo con vos.
Te dejo un beso indeleble.
Ummm puñetero, qué envidia me das!!!
Nunca estuve en Nápoles, ya llegará, imagino, pero en Roma... tal cual! jajaja. Blasfemia, rumiaba yo, mientras elegí salir de la Capilla y tirarme cual perro verde en San Pedro a contemplar a los blasfemos.
La belleza es otra cosa, ajá. Con menos pedos la veo yo.
Besos coincidentes! (cuándo no? jeje)
No, Ali, fueron pocos días los que estuve por allí... ¡Para otro viaje queda! Besos, con su regustillo ácido, siempre...
a sabía yo, Margot, que pasaría eso... Si hasta creo que pensé en qué dirías o hubieras dicho de andar también por allá... Y, efectivamente, lo de los pedos es negociable... Coincidentes sean, por siempre, los besos. Amén.
Vede napoles, dopo morire! dice mi mamá cuando recuerda un altercado que le ocurrió ahí.
Qué bueno que viajes tanto, espero que no sea tan pero tan bueno como para que encima lo hagas haciéndo teatro porque ahí mi envidia no conocería límites, ja!
Saludos cronopio
Así sea!
Qué bueno que te vas y volvés!
Besos
Ya quisiera yo, karina, ir por el mundo haciendo teatro.... Pero no, simple placer... besos.
y bueno, laluz, a veces también pensé en no volver... Pero de momento soy como los bumérang, o así... besos.
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