Casa tomada y algunas obsolescencias
Martes, 27 de Noviembre
En tu “casa tomada” recompones la figura tras estos días de veladas hospitalarias… La humanidad doliente de cicatrices, anestesias, gasas, apósitos, sondas, sueros y nolotiles deja paso de nuevo a los hábitos hogareños, aunque ahora la casa esté permanentemente llena de gente. Se resienten, por supuesto, tus rutinas, pero habrá que agradecerlo, buena cara y chaparrones preventivos…
Te das cuenta ahora: siempre preferiste la realidad estilizada a los conatos de ficción. Vestir de palabra alambicada lo cotidiano, “empalabrar” el mundo, que parece así adoptar una segunda piel, ya puramente literaria, al margen de los tiempos y sus cadencias.
Miércoles, 28 de Noviembre
Vuelves, por ejemplo, al trabajo: exhibes tu personaje gruñón, irónico y distante que con tanto éxito te has construido. Quizás lleves demasiados años ya en el mismo centro: ¡desde el 90, nada menos! Tu creación ha tenido tiempo y caldo de cultivo para arraigar y ser carne de boca en boca, de hermano a hermano y desde ahí a los colegas y, ya casi… ¡a los hijos de los primeros alumnos que tuviste (todavía no, pero ya falta poco)! Comodidad y cliché al mismo tiempo. Las canas, la calvicie y la experiencia, que no impiden que estalles cada vez que alguien rompe las mínimas reglas de humanidad necesarias para que este absurdo montaje (¡cientos de adolescentes estabulados en un recinto cerrado durante horas!) tenga algo de sentido.
Te partes de risa estos días cuando lees que los “expertos” califican de “obsoletos” los conocimientos tradicionales (¿leer y escribir, matemáticas elementales, geografía mínima, historia indispensable…?) para hacer la loa de las “nuevas tecnologías”… Piensas precisamente en la capacidad tecnológica de algunos de tus compañeros cibernéticos, a la última en todo lo que sean aparatitos, y ves la cara de tanto pedagogo insigne que no ha visto en su vida un adolescente a menos de treinta metros, y la risa floja cubre de efluvios que se quisieran pestilentes tanta clarividente inteligencia… Menos lobos, estimadas caperucitas, menos lobos, mascullas, al tiempo que los envías a recoger y escardar sabrosos cebollinos intelectuales, siempre siempre muy pero que muy intelectuales. Los cebollinos. Eso.
En tu “casa tomada” recompones la figura tras estos días de veladas hospitalarias… La humanidad doliente de cicatrices, anestesias, gasas, apósitos, sondas, sueros y nolotiles deja paso de nuevo a los hábitos hogareños, aunque ahora la casa esté permanentemente llena de gente. Se resienten, por supuesto, tus rutinas, pero habrá que agradecerlo, buena cara y chaparrones preventivos…
Te das cuenta ahora: siempre preferiste la realidad estilizada a los conatos de ficción. Vestir de palabra alambicada lo cotidiano, “empalabrar” el mundo, que parece así adoptar una segunda piel, ya puramente literaria, al margen de los tiempos y sus cadencias.
Miércoles, 28 de Noviembre
Vuelves, por ejemplo, al trabajo: exhibes tu personaje gruñón, irónico y distante que con tanto éxito te has construido. Quizás lleves demasiados años ya en el mismo centro: ¡desde el 90, nada menos! Tu creación ha tenido tiempo y caldo de cultivo para arraigar y ser carne de boca en boca, de hermano a hermano y desde ahí a los colegas y, ya casi… ¡a los hijos de los primeros alumnos que tuviste (todavía no, pero ya falta poco)! Comodidad y cliché al mismo tiempo. Las canas, la calvicie y la experiencia, que no impiden que estalles cada vez que alguien rompe las mínimas reglas de humanidad necesarias para que este absurdo montaje (¡cientos de adolescentes estabulados en un recinto cerrado durante horas!) tenga algo de sentido.
Te partes de risa estos días cuando lees que los “expertos” califican de “obsoletos” los conocimientos tradicionales (¿leer y escribir, matemáticas elementales, geografía mínima, historia indispensable…?) para hacer la loa de las “nuevas tecnologías”… Piensas precisamente en la capacidad tecnológica de algunos de tus compañeros cibernéticos, a la última en todo lo que sean aparatitos, y ves la cara de tanto pedagogo insigne que no ha visto en su vida un adolescente a menos de treinta metros, y la risa floja cubre de efluvios que se quisieran pestilentes tanta clarividente inteligencia… Menos lobos, estimadas caperucitas, menos lobos, mascullas, al tiempo que los envías a recoger y escardar sabrosos cebollinos intelectuales, siempre siempre muy pero que muy intelectuales. Los cebollinos. Eso.