EL REGRESO
Sabías que iba a suceder: hemos regresado. Inevitablemente. Lo sabías desde que dejaste de buscarnos, en tardes de siesta y ventilador zumbante, con el libro abierto y también la boca, cabeza inclinada sobre oreja de sillón digestivo, leve (o no tan leve) hilillo de baba en comisura. Dejaste, resignado, de buscarnos. Voluntariamente mudo, desde entonces. Para qué, te decías, seguir escribiendo, si la pereza, si la dificultad de buscar nexos y palabras que no mintieran como cosacas cabalgando a pelo, si la herida abierta de las verdades del barquero saltándote sobre el estómago y sobre el sexo expectante, si la duda hipócrita sobre temas, y tonos, y argumentos, y ficciones… si tanto ruido para tan pocas nueces…
Y, sobre todo, sin Auroras a la espera de tus cuadernos balbuceantes, como en los tiempos de la deliciosa, mortificante incertidumbre. Aquella Aurora voló después de extraerte el jugo primordial, el de la ingenuidad transformadora y tal vez revolucionaria: se acabó la inocencia esperanzada, y los machos siempre eran los machos, y el que no afana es un gil… Te inventaste entonces catorce tangos vengadores, y un silencio de espoleta retardada. Tardaste aún un poco en callar, pero callaste: nos pusiste en limbo de estatua yacente, nos amarraste a los días consecutivos y a los no future de lengua con nudo en medio. Tardaste un poco, sí: años de debería y de por qué no, y de conciencia culpable, y de lenta aceptación: en realidad, nunca habías tenido nada que decir, y te devanavas las meninges en sutiles ejercicios de estilo y derrota más que confirmada.
Pero henos aquí de nuevo: ya son otras las Auroras, y la intuición, y el filtro de las palabrejas saltarinas. Nos alcanzó la ciencia-ficción de los públicos instantáneos, te sabes ahora partícula inserta en torbellino centrifugador, aclarador, enjabonador, al derecho y al revés, devuelto al tendedero, puesto a secar al sol con las interioridades rezumando vueltas de tuerca y miradas nuevas permanentemente enganchadas del hombro… No podías dejar de intentarlo, desde tu vanidad intacta, desde tus aires de cronopio incomprendido, atascado en las ruedas de molino de todas las comuniones, cómodamente instalado en este más acá sin dolor ni sobresaltos. Apenas un poco de tu tiempo iba a bastar: no podías seguir poniendo excusas.
Deja pues de justificarte. Aurora, diecisiete años, criatura caprichosa de voy y vengo, de no sé, quizás, pero es que, de no me atosigues y te aguantas, de bueno pero sólo un poco, de no sé qué hago aquí ni que haré allá, … esa Aurora se confundió, se disolvió en los espejismos de la Historia que, dicen, llegó a su fin. Con ella se fue lo que fuiste, en ella quedó lo que no fue. No más rodeos: vivan las Auroras presentes, carne cibernética de yes, we have a future , y que nos las sigan dando todas en el mismo carrillo, si es que se atreven, los muy cobardes…
Y, sobre todo, sin Auroras a la espera de tus cuadernos balbuceantes, como en los tiempos de la deliciosa, mortificante incertidumbre. Aquella Aurora voló después de extraerte el jugo primordial, el de la ingenuidad transformadora y tal vez revolucionaria: se acabó la inocencia esperanzada, y los machos siempre eran los machos, y el que no afana es un gil… Te inventaste entonces catorce tangos vengadores, y un silencio de espoleta retardada. Tardaste aún un poco en callar, pero callaste: nos pusiste en limbo de estatua yacente, nos amarraste a los días consecutivos y a los no future de lengua con nudo en medio. Tardaste un poco, sí: años de debería y de por qué no, y de conciencia culpable, y de lenta aceptación: en realidad, nunca habías tenido nada que decir, y te devanavas las meninges en sutiles ejercicios de estilo y derrota más que confirmada.
Pero henos aquí de nuevo: ya son otras las Auroras, y la intuición, y el filtro de las palabrejas saltarinas. Nos alcanzó la ciencia-ficción de los públicos instantáneos, te sabes ahora partícula inserta en torbellino centrifugador, aclarador, enjabonador, al derecho y al revés, devuelto al tendedero, puesto a secar al sol con las interioridades rezumando vueltas de tuerca y miradas nuevas permanentemente enganchadas del hombro… No podías dejar de intentarlo, desde tu vanidad intacta, desde tus aires de cronopio incomprendido, atascado en las ruedas de molino de todas las comuniones, cómodamente instalado en este más acá sin dolor ni sobresaltos. Apenas un poco de tu tiempo iba a bastar: no podías seguir poniendo excusas.
Deja pues de justificarte. Aurora, diecisiete años, criatura caprichosa de voy y vengo, de no sé, quizás, pero es que, de no me atosigues y te aguantas, de bueno pero sólo un poco, de no sé qué hago aquí ni que haré allá, … esa Aurora se confundió, se disolvió en los espejismos de la Historia que, dicen, llegó a su fin. Con ella se fue lo que fuiste, en ella quedó lo que no fue. No más rodeos: vivan las Auroras presentes, carne cibernética de yes, we have a future , y que nos las sigan dando todas en el mismo carrillo, si es que se atreven, los muy cobardes…