miércoles, junio 28, 2006

EL REGRESO

Sabías que iba a suceder: hemos regresado. Inevitablemente. Lo sabías desde que dejaste de buscarnos, en tardes de siesta y ventilador zumbante, con el libro abierto y también la boca, cabeza inclinada sobre oreja de sillón digestivo, leve (o no tan leve) hilillo de baba en comisura. Dejaste, resignado, de buscarnos. Voluntariamente mudo, desde entonces. Para qué, te decías, seguir escribiendo, si la pereza, si la dificultad de buscar nexos y palabras que no mintieran como cosacas cabalgando a pelo, si la herida abierta de las verdades del barquero saltándote sobre el estómago y sobre el sexo expectante, si la duda hipócrita sobre temas, y tonos, y argumentos, y ficciones… si tanto ruido para tan pocas nueces…
Y, sobre todo, sin Auroras a la espera de tus cuadernos balbuceantes, como en los tiempos de la deliciosa, mortificante incertidumbre. Aquella Aurora voló después de extraerte el jugo primordial, el de la ingenuidad transformadora y tal vez revolucionaria: se acabó la inocencia esperanzada, y los machos siempre eran los machos, y el que no afana es un gil… Te inventaste entonces catorce tangos vengadores, y un silencio de espoleta retardada. Tardaste aún un poco en callar, pero callaste: nos pusiste en limbo de estatua yacente, nos amarraste a los días consecutivos y a los no future de lengua con nudo en medio. Tardaste un poco, sí: años de debería y de por qué no, y de conciencia culpable, y de lenta aceptación: en realidad, nunca habías tenido nada que decir, y te devanavas las meninges en sutiles ejercicios de estilo y derrota más que confirmada.
Pero henos aquí de nuevo: ya son otras las Auroras, y la intuición, y el filtro de las palabrejas saltarinas. Nos alcanzó la ciencia-ficción de los públicos instantáneos, te sabes ahora partícula inserta en torbellino centrifugador, aclarador, enjabonador, al derecho y al revés, devuelto al tendedero, puesto a secar al sol con las interioridades rezumando vueltas de tuerca y miradas nuevas permanentemente enganchadas del hombro… No podías dejar de intentarlo, desde tu vanidad intacta, desde tus aires de cronopio incomprendido, atascado en las ruedas de molino de todas las comuniones, cómodamente instalado en este más acá sin dolor ni sobresaltos. Apenas un poco de tu tiempo iba a bastar: no podías seguir poniendo excusas.
Deja pues de justificarte. Aurora, diecisiete años, criatura caprichosa de voy y vengo, de no sé, quizás, pero es que, de no me atosigues y te aguantas, de bueno pero sólo un poco, de no sé qué hago aquí ni que haré allá, … esa Aurora se confundió, se disolvió en los espejismos de la Historia que, dicen, llegó a su fin. Con ella se fue lo que fuiste, en ella quedó lo que no fue. No más rodeos: vivan las Auroras presentes, carne cibernética de yes, we have a future , y que nos las sigan dando todas en el mismo carrillo, si es que se atreven, los muy cobardes…

jueves, junio 22, 2006

INTERIORES

Mirada interior: presentimiento de mierda en estado puro. ¿Puede la mierda ser pura? Cuidado y detenido trabajo de disimulo: mi interior, te dices, es tal y como lo vuelco hacia el exterior, delicia al alcance sólo de selectos paladares. Mentira cochina. Detallar cada gramo de materia putrefacta nos llevaría tratados de miseria exhaustivos, para los que nunca tendremos tiempo. Dicho esto: pasemos a otra cosa. ¿Por qué? Porque no tiene sentido hurgar para extraer petróleos insostenibles. Y si tiene sentido te da igual: duele y no soluciona nada. ¡Perfeccionemos el disfraz!
Delicioso arlequín de mirada impoluta. Saltimbanqui sobre el alambre tendido entre edificios blancos, con balcones blancos y señores con batas blancas, se diría que escapados (o no) de sanatorios universales: aquí, oiga, lo curamos todo. ¡Qué bien! Te guiña un ojo instantes antes de resbalar y caer de cabeza sobre el asfalto (blanco) de la ciudad (blanca) que ni es Lisboa ni sale en la película de Tanner, ni actúa en ella Bruno Ganz, ni siquiera un poquito. Asfalto blanco derivando al rojo en oleadas sanguinolentas: el interior que se escapa por la herida… Intento fallido. ¿Volvamos a empezar?
¿Desde el principio? Nazcamos de concepción inmaculada. Lo tienes claro: vaharada mística que te crió. Peligrosísimas esas concepciones sin conchas, ni carajos, ni leches, pero con muchas hostias, y muy consagradamente libidinosas, pero sin pecado, ¿eh?, sin nada de pecado… Mojar buñuelitos en jícaras de chocolate caliente y apestar a sotana que nadie lavó desde Dios (¡claro!) sabe cuándo, encender cirios y encargar la propia misa de difuntos para andar, después de muerto, zascandileando bajo los reclinatorios, al intento de atisbo de bragas de beata…¡Deliciosa perspectiva de futuro!
Volvamos pues al presente, yoes aquí congregados. Aceptemos lo inevitable (¿inaceptable?). Ustedes y yo, te sigues diciendo, en animado monólogo airosamente conversado, somos los que somos: muchos y sólo regularmente avenidos… ¿Por qué no nos dejamos en paz de una puñetera vez, cada uno a la suya, y la suya en la de todos o como carajos, leches, hostias sea que se diga eso que se dice pero que no quiere decir nada? Volvamos al presente.
Aquí estás, te dices, feliz de haberte conocido. Y un poquito asqueado también, para qué vamos a mentir…

martes, junio 13, 2006

Sin retorno

Echar vistazos distraídos hacia el mundo-avispero: sufrir el vértigo del tio-vivo desquiciado. El mundo en pequeño, el de aquí, a nuestro lado. El mundito de los tabiques, las hormigoneras y las zanjas (¡es la guerra…!). Desidias, inercias, conformidades. Arrastrarse lentamente sobre el presentimiento de calores que nos derretirán cualquier otra intención.
Habría otras posibilidades: mordisco sensual a la colección de frutas prohibidas. Sacudida de meninges alteradas. Cabeza con manta liada en expedición sin regreso a himalayas refrescantes. Los nativos salen a nuestro encuentro. Huelen a llama, a cabra montés, a mantequilla rancia de yak. Olor apetitoso de fogatas a la luz de lunas picaronas.
Los caminos llevarían, entonces, a lugares sin retorno, donde uno podría habitar memoriosamente el olvido, el viaje permanente, el no ser, en movimiento, el descanso total del yo saturado. Lugar y tiempo, transcurriendo. Alguien nos pondría un nombre, y nos saludarían con él cada mañana. La nueva identidad se nos iría desgastando con el uso, acomodándose al nosotros reinventado, adquiriendo transparencias de pureza insospechada.
Uno ya no sería uno, sentado al borde del abismo, en los Andes, en los Urales, en los Apalaches o en Tombuctú (¿hay abismos en Tombuctú?), contemplando la puesta de sol de, como siempre, naranjas y cárdenos y fuegos y violetas, con toque extravagante de verde porque sí, o de azul mar imaginado más allá de donde alcanza la vista. Pero el momento sería el mismo: el instante exacto en que el último rayo nos acaricia la nariz y ya no es de día, y aún no es de noche, y el zumbido en nuestro interior se detiene, contiene la respiración, se funde con lo que vemos, oímos, olemos, soñamos…

miércoles, junio 07, 2006

Los rincones del caracol

Hablábamos de rincones en los que el caracol de las ausencias deja su rastro de brillo pegajoso. Se echa a faltar uno a sí mismo tantas veces… Noches de otra galaxia, con la cinta de cassette y Coltrane chirriante, o esa grabación marciana de Charlie Parker con bongós y tumbadoras… ¡Azúcar! El pelo enredado sobre la almohada se iba enganchando en deseos mal atendidos y peor curados, mientras las vecinas hacían sonar su Julio Iglesias a todo volumen por deslunados de ocho de la madrugada y domingo, las muy sádicas seguro que premeditadas… Jugaba la resaca a bombardear el sentido de otro día necesariamente ocupado en recuperar el aliento, en levantarse, Lázaro, y caminar por las aceras de la ciudad vigilante, y los cuerpos parados a distancias abisales. Jugaba uno a saber lo que quería, y a saber que en los otros mundos, los imposibles, tenía su rincón, el de los caracoles, reservado: desde allí recuperar los sueños nunca encontrados, desde allí acechar el paso de criaturas que asoman cuernecillos al sol, y delicioso aroma de tostadas intemporales con mermelada de naranja y tu sabor, punzante en la lengua, salvado en un instante y para siempre.
Levanta entonces el cronopio la cabeza, y contempla a sus alumnos de lengua española afanosos sobre los folios de uno de esos exámenes que se juró nunca poner y que combatió alguna vez desde su santa ingenuidad de futuros transformados. Tremendo. Pero no era “alguna vez”. Era LA VEZ, cuando todo estaba ahí y sólo había que tomarlo, agitarlo, devolverlo a su lugar impregnado de hermosos colorines y mañanas imprescindiblemente liberadoras. Hoy, quizás desde el cansancio, hay que mantener a raya a estos extraños seres adolescentes, que, indolentemente, desasidamente, adolescentemente a fin de cuentas, se ciscan en la tierra prometida y en los padres (nosotros) que la parieron, porque el mundo es otro, ellos son otros, aunque los poderosos, los mangantes, los manipuladores, los castradores, los explotadores sigan siendo los mismos, pero más fuertes, telearmados, ciberarmados, virtualizadores a toda mecha de realidades bien contundentes, prometedores del paraíso más allá y la miseria a este lado del juego. Pobres criaturas entontecidas, blandas, absurdamente violentas contra sí mismas, sabedoras de que su futuro es, en el mejor de los casos, una mierda de trabajo pagado en cromos de futbolistas del mundial y bollycaos de cemento armado. Pobre cronopio que tiene que ejercer de policía, para evitar que desaparezcan los últimos restos de su mundo, el suyo, el de buenos días camarada, compañero, amiga, el de hagamos las cosas porque sí y el de defendamos lo que queremos, frente a las hordas alineadas tras las banderas del “Soy Gilipollas, ¿qué pasa?” o del “¡Qué felicidad ser imbécil y no tener culpa de nada!”.
En fin, por fortuna al cronopio le queda algún joven cómplice escondido tras cortinas de humo maravillosas, que huelen a rasta y a hip-hop, a calle y a correos electrónicos que convocan frente a la sede de la Gran Mierda a una perpetua sentada por seguir siendo lo que somos: toca-pelotas vocacionales, vividores de vidas vivibles, imaginables, soñables, intercambiables.

jueves, junio 01, 2006

De luces y sombras

La doble, o triple, o cuádruple personalidad. La tiniebla, en contacto liminar con supuestas luces. Porque lo oscuro siempre es cierto, cruda y rudimentaria ley del piensa mal y acertarás. Es la iluminación lo que no suele ser más que cohartada de conciencias bienpensantes. El cronopio siente urticarias arduamente entrenadas a lo largo de los tiempos ante las solemnes declaraciones de buenísimas intenciones. Las hacemos desde nuestro aquí o nuestro allá, con la lagrimita de fíjese usted cuanta pasión le estoy poniendo al asunto presta al efecto de un oportuno parpadeo, y las indignaciones contra el nefandísimo mal a flor de palabra ágil, la nuestra, sincera y espontánea como nosotros mismos, que, ya se sabe, somos los buenos. Propaguemos las revoluciones que todo lo han de cambiar desde nuestros deditos tecleantes, seamos fieles al ideal, vayamos después a ver una magnífica película hecha para nuestros delicados paladares, denostemos el gusto rocíojuradista y sintámonos elegidos en este mundo tan mal distribuido, y tan zopenco, y tan reacio a saber lo que le conviene y a disfrutar de lo que debería… No, no. No sirve. Es el lado oscuro el que sirve. Es el lado que le quiere pisotear la frase definitiva a nuestro compadre, con quien tantas ideas compartimos, y de paso, y si puede ser, levantarle esa mina estupenda que de dónde la habrá sacado, con lo sonso de corral de patos que nos salió, él que tanto presume. Etcétera. Lado exhibicionista, lado protagonista, lado Angelina Jolie y Sting, lado conciertos benéficos, lado defendamos la auténtica democracia, el auténtico socialismo, el genuino espíritu libertario… Ese es seguramente el impulso productivo. El que nos permite seguir disfrutando de nuestros privilegios primermundistas sin vomitar al mirarnos en los espejos de cada nuevo día rezongante.
¿Y entonces? ¡No hay problema! Este cronopio mantendrá fervorosamente ante quien quiera escucharle que es un cerdo superlativo, dispuesto a seguir defendiendo un mundo más justo, una revolución improbable, el papel central de la cultura y el aprendizaje de lo bello, la necesidad de solidaridad universal y de renuncia a lo superfluo… a ver si de una vez es recompensado con la admiración universal, el favor de las reinas de la belleza y la envidia cochina de todos los machos-luchadores-contra-el-imperio-del- mal rivales. Incluso estaría dispuesto a renunciar a este lenguaje evidentemente sexista, si tenemos en cuenta que una verdadera liberación de la mujer pasa por disimular toda una vida de ejercitación en el entrechocar de cornamentas, eso sí, bajo mano, que entre las vanguardias de los 80 eso ya estaba muy mal visto…
El cronopio se está haciendo tal lío que ya no sabe muy bien qué era lo que quería decir al principio, si es que quería decir algo. Entrelazamiento de oscuridades que le traban la garganta y le tiznan las convicciones… Ganas de molestar o ganas mucho más grandes (enormes, desbordantes, fluidas y terroríficas…) de estar en el buen camino, de ser de la banda de los buenos, de ver por fin a todos esos cabrones defensores de la libertad (de empresa, de comercio, de invasión, de monopolio…) convertidos en un mal sueño que algún imbécil alguna vez soñó…
Y al imbécil (dicen) le llamaron Dios. ¿No?