Bodegón
Bodegón delante de Héctor. Copa con un dedo aún de vino tinto, flujo que siente correr dentro de sí, percepción deliciosamente alterada de la realidad: conciencia de Mr. Hide, pulsión de violencias soterradas. Telediario al frente (la infamia, la sordidez, la babosa y balbuciente exhibición de chulería e ignorancia, la muerte jaleada, el espectáculo criminal…), cigarro que se apaga y vuelve a encender. Plato vacío, con el tenedor apoyado en él (restos de col y unas croquetas), cesto con todavía un resto de pan.
Héctor ha comido solo, como en los viejos tiempos. Héctor desearía gritar que está harto de sí mismo, o mejor, harto de ser el mismo que fue, envejecido, ¿ridículamente envejecido?, tentado por impulsos (e impudicias) de adolescencia evidentemente trasnochada. Su discurso será breve, su discurso con casi toda probabilidad ni siquiera existirá. Quisiéramos, con Héctor, mantener la tensión necesaria para hablar, para decir, para afirmar. Sentimos, con él, su mismo cansancio.
La ética, ha dicho Rafael Chirbes esta mañana, en su coloquio con estudiantes en Sant Miquel dels Reis, no es un adornito en tonos rosas. Asumir la propia ética implica altas dosis de violencia, al menos moral, contra el mundo realmente existente. Y ese compromiso es seguramente agotador. ¿Exceso de ego? Dimitamos entonces, Héctor. Carguemos con nuestro yo hasta el ordenador para teclear estas líneas. Y callemos después….
Héctor ha comido solo, como en los viejos tiempos. Héctor desearía gritar que está harto de sí mismo, o mejor, harto de ser el mismo que fue, envejecido, ¿ridículamente envejecido?, tentado por impulsos (e impudicias) de adolescencia evidentemente trasnochada. Su discurso será breve, su discurso con casi toda probabilidad ni siquiera existirá. Quisiéramos, con Héctor, mantener la tensión necesaria para hablar, para decir, para afirmar. Sentimos, con él, su mismo cansancio.
La ética, ha dicho Rafael Chirbes esta mañana, en su coloquio con estudiantes en Sant Miquel dels Reis, no es un adornito en tonos rosas. Asumir la propia ética implica altas dosis de violencia, al menos moral, contra el mundo realmente existente. Y ese compromiso es seguramente agotador. ¿Exceso de ego? Dimitamos entonces, Héctor. Carguemos con nuestro yo hasta el ordenador para teclear estas líneas. Y callemos después….