martes, abril 01, 2008

Héctor

Martes, 1 de abril
Ya de regreso, cascarrabieando de nuevo… Desde las nieves palentinas, y volviendo a las andadas…



Martes, 18 de Marzo de 2008
Héctor camina con gesto de desgana, concentrado precisamente en componer ese ademán de quien ya ha pasado por aquí tantas veces, y reconoce hasta el exceso los detalles. Y sin embargo, el lugar tiene el aire difuminado de los ningún sitio, de la parte cualquiera en la que uno alguna vez quiso o no quiso estar, o simplemente estuvo, o quizás sólo se dejó estar porque no había opción, o sí la había, qué más da. De ahí seguramente la expresión de Héctor, una expresión, nos dices, que lleva casi treinta años practicando, con el éxito que podemos comprobar en este instante de obervación casual, como si tal cosa, como si ni siquiera fuéramos nosotros quienes miramos. Héctor es de los nuestros, lo ha sido desde el principio, y está ya un poco harto de serlo y no saber muy bien quiénes somos “los nuestros”, a qué nos dedicamos, a qué jugamos cuando nos ponemos a juntar palabras con esa cara de aburridos, o de desganados, o de sabihondotes presumidos que nos gusta exhibir cuando nos sentimos controlados por el grupo, a distancia prudencial, fijos quizás tras la cristalera de un bar al otro lado de la calle, asomados sibilinamente a las ventanas de nuestros pisos-observatorio, acechando el paso de las chicas guapas tras las que se nos van los ojos desde que Héctor existe, desde que nosotros lo sobrevolamos, desde que soñamos con la fundación del LUGAR, del mundo en el que por fin existiremos para desarrollar nuestra individualidad embrollada y follonera, silenciosa, melancólicamente segura del pseudo fracaso final, convenientemente salpicado de pequeños regalos en forma de satisfacción diminuta, de triunfillo apenas perceptible, de sonrisa que nos envían desde allá abajo a nosotros, los de la ventana, que sonreímos también, azorados, confusos, enternecedoramente mayores ya para estas cosas del fluir libre y del engendro que da vueltas y vueltas a la búsqueda de la propia coronilla, encantadoramente calva, a fuerza de giros, vértigos y discursos de pretendida convicción reparadora…
Pobre Héctor, entonces. Condenado a seguir esperando el universo que no quisimos construirle, que no nos creímos capaces de fundar cuando todavía era el momento, pobres de nosotros también, a caballo sobre las sucesivas vorágines que nos fueron trayendo hasta aquí, la nebulosa que habitamos a puritita fuerza de voluntad sustitutiva, de remedo de aquella otra voluntad que se nos fue quedando en la punta de cada bolígrafo sucesor del bolígrafo preexistente, apuntando en libretas, libretitas y libretazas la fecha del seguro inicio de la definitiva construcción del utópico espacio hectoriano, en el que todas las Auroras ya por siempre habrían de suspirar por sus dilectos huesos de realidad definitiva sin posible cuestión, paraíso en el que, de una vez, habría (habríamos) de permanecer, en eterno y constante disfrute de lo que por fín habría (habríamos) llegado a ser: nosotros, nosotros de esencias destiladas, entes libertarios perfectos, gozadores del más equilibrado desorden, del brillante desgobierno de nuestras propias vidas dejadas ir en feliz cuesta abajo de laborioso trajinar, de doloroso y fértil descubrimiento del abismo, que habríamos de paladear, pues, investigar, escudriñar detenidamente y sin dejar resquicio durante el resto de nuestras existencias, soñadas de tan reales, sólidas de tanta fluidez inverosímil, de tanta libertad encadenada a nuestros deseos en permanente negación de la evidencia.
Por eso Héctor, cada vez que rozamos la frontera de ese mundo no creado, presto a existir a poco que decidamos dedicarle las pocas o muchas fuerzas (pero dispersas y dubitativas, tímidas y demasiado orgullosas como para ponerse a trabajar sin más, sin garantía de cumplir sus objetivos de indeterminación casi absoluta…) de que disponemos, cada vez que nos hacemos la ilusión de hilvanar un comienzo, de presuponer una calle, una ventana, un bar con cristalera (…y mesas antiguas de madera repletas de inscripciones, algunas talladas a punta de cutter, o de navajas de las de entonces, húmedas de tanta cerveza derramada, aporreadas por tus propias manos al ritmo de las músicas que habían de funcionar como banda sonora de la vida que se abría a nuestro paso, escaleras que suben hasta el retrete infecto que se repite de memoria en memoria en todos los antros del barrio que fue y ahora se desmorona…), un círculo en el que penetrar para quedarnos en el centro y nombrarlo, nombrarnos, nombrarte…. Cada vez que eso pasa, Héctor nos mira y comienza a caminar, componiendo su ya famoso gesto de aburrimiento descreído bajo el que, sin duda, tremebundo lagrimón de cocodrilo resbala en invisible fundación del río-dios que habría de regar nuestra nueva república de cascarrabias irredentos. Y nosotros, siempre fieles, nos vamos tras él en procesión laica, dispuestos a contarlo, y a disfrutar, mientras podamos.

5 Comments:

Blogger Isa Segura B. said...

¡Pobre Héctor! siempre esperando tras los cristales (y seguro que ni fumando, que eso ya es casi un delito tipificado con la pena capital, la muerte).
Quizá cuando por fin te atrevas (nos atrevamos) a sacarlo más allá del portal no quiera, o no pueda caminar (cucaracha decrépita víctima de nuestra (tú) tiranía) de no-lugares).
Parece que mientras 'serviora' no para de leer, otro no para de escribir...
Saludos y gracias por el relato.
P.S : ¡Y emocionada con ser la primerrrrrrra!

2:19 p. m.  
Blogger Isa Segura B. said...

Con la emoción de ser la primera se me olvidó comentarte esa yunta de palabras 'sabihondotes' tan gráfica con ese 'presumidos' como guinda.
Saludos.

3:19 p. m.  
Blogger Margot said...

Hector ya adivinaba en aquel entonces que aquella costumbre de irredentos pegados a una mesa, pasado el tiempo y a la misma búsqueda inútil pero necesaria por pura cabezonería en mesas distintas y con bolígrafos gastados, se acabaría convirtiendo en una procesión de cascarrabias...

Y ahí vamos, tras él. Y para colmo sin ganas de ser gurú el muy descreído de él.

Beso con ganas y disfrute mientras dure el paseito.

3:56 p. m.  
Blogger Cronopio444 said...

El atrevimiento, Isa, quizás, acabaría con el propio Héctor, condenado a esa inmovilidad paradójica que lo mantiene con vida... Pero eso no lo sabremos hasta que no suceda, seguramente... Saludos de primera visitante, rauda como el rayo.

¡Ay aquellas mesas, Margot! Cada vez son más difíciles de encontrar. Aunque en el barrio aún queda, entre tanta pijería, algún resto de lo que fueron... A ello, supongo, nos aferramos. Y a algunos héctores contemporáneos (con la misma edad que la nuestra entonces, quiero decir)... En fin: besos de bolígrafo enhiesto, más o menos forever.

4:41 p. m.  
Blogger IndeLeble said...

Tus palabras siempre me conmueven.
Atreverte a que ??
Un beso grande , me gustan mucho tus palabras .

11:59 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home