Recapitulando
Nacimos en una época en la que nos sabíamos inmortales (¿cómo todos, quizás?) y fuimos descubriendo a ritmo de perplejidad y sobresalto que realmente lo éramos, hasta el borde mismo de nuestra tumba ricamente adornada de epitafios cotidianos.
Aprendimos a fabricar largas y paradójicas frases que resumieran nuestra eterna propuesta de fracasos de elaboración prolija y tenaz, cabezotas y gruñones como fuimos desde el alba de los principios.
Callamos y nos adormecimos al son de las músicas que nos iban gustando, de licores y sahumerios que nos endulzaron la puntita de la lengua y el rabillo de los ojos, hasta la lágrima fácil o el baile desatado.
Gritamos como posesos.
Fuimos derribando puentes y erigiendo viaductos de tropecientos carriles hacia la tierra prometida por nuestros mayores, vejetes treintañeros de barbita y gabán con bolsillo para libros y panfletos. Y nos amamos, y nos inventamos el futuro y grandes trozos de pasado que contar a nietos jamás engendrados por los hijos que no tuvimos.
Nuestra especie, pues, se extingue. Boqueamos, peces en la orilla del definitivo catapum que nos confirme la íntima sospecha: degustamos, pues, nuestra inmortalidad a sorbos de buen vino tinto y nostalgias de aquel París de Rive Gauche en el que pudimos envidiar hasta la angustia a Horacio, y rumiamos de a grandes bocados el llanto de Rocamadour o las elucubraciones insensatas de Gregorovius infinitos…
Aprendimos a fabricar largas y paradójicas frases que resumieran nuestra eterna propuesta de fracasos de elaboración prolija y tenaz, cabezotas y gruñones como fuimos desde el alba de los principios.
Callamos y nos adormecimos al son de las músicas que nos iban gustando, de licores y sahumerios que nos endulzaron la puntita de la lengua y el rabillo de los ojos, hasta la lágrima fácil o el baile desatado.
Gritamos como posesos.
Fuimos derribando puentes y erigiendo viaductos de tropecientos carriles hacia la tierra prometida por nuestros mayores, vejetes treintañeros de barbita y gabán con bolsillo para libros y panfletos. Y nos amamos, y nos inventamos el futuro y grandes trozos de pasado que contar a nietos jamás engendrados por los hijos que no tuvimos.
Nuestra especie, pues, se extingue. Boqueamos, peces en la orilla del definitivo catapum que nos confirme la íntima sospecha: degustamos, pues, nuestra inmortalidad a sorbos de buen vino tinto y nostalgias de aquel París de Rive Gauche en el que pudimos envidiar hasta la angustia a Horacio, y rumiamos de a grandes bocados el llanto de Rocamadour o las elucubraciones insensatas de Gregorovius infinitos…
8 Comments:
Qué tristeza me dio saberme boqueando...
Besos, debedor de poemas!
Ajá, pero mientras tanto... algunos se extinguirán pataleando.
Y en cuanto a la especie... sé que suena fatal pero me importa un comino. Nunca mereció algo distinto.
O nihilista me levanté hoy, qué le vamos a hacer.
Besos cabezotas!
Lena, boqueando podemos aguantar eternamente... A veces hasta nos da alegrías... Besos conscientes de la deuda,,, ¿Todavía andas por esos mundos exóticos?
En realidad la especie que se extingue es la nuestra... ¡Los otros procrean como posesos! Pero sí, tienes razón, a fin de cuentas tanto da... Besazos pataleantes.
Inmortales en vías de extinción, así se pagan los excesos de paradojas, con bocanadas de vacío.
Un abrazo.
Quizá, Isa, la paradoja lo domina todo, o eso nos creemos algunos... ¡y sucumbimos a ella! Dos arazos, por lo menos.
¡Ummm! si son dos arazos, al menos habré de corresponder con 3 revoleras y abrazos a discreción.
Eres un peligro, Isa... ¡Deberé añadir un par de esos y alguna aricia...! Feliz de alimentar tu ojo vigilante...
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