Nuevo aquí
“Hola, soy nuevo aquí”, te gustaría decir. “No conozco a nadie, apenas me conozco a mí mismo, os obsequio con enorme topicazo, y me sonríen solas las comisuras de los labios, y se consumen solos mis pasos hacia el ningún sitio que supuestamente es este lugar que contemplo con unciones santificadas por tanta ignorancia…”
Buen saludo.
Buena despedida.
Encadenarías, después, series en paralelo, y te declararías deudor de tus ídolos y constructor privilegiado de efigies con pies de barro y salivas de vivificante fulgor mesiánico. ¡He aquí el nuevo dios, honor y gloria al callo en las rodillas y al anatema a horcajadas de modélica exhibición triunfante! Es quizá la falta de ejercicio, que te va aflojando las neuronas.
Te sugerimos entonces que digas algo sensato, en vez de semejantes tonterías.
Sonríes. Y te vas.
¿Eso es todo, pues?
No, no es todo. Es apenas el algo indefinible que te queda en los pulmones encharcados (¿comenzarás de nuevo?). Hablar a las paredes. Soñar con las paredes. Ir enterrándote en vida rodeado de paredes, con un agujerito para que te hablemos a ras de oreja tiritona. “Estoy cansado. Me agota el esfuerzo inútil. Antes compensaba el brillo de una sonrisa cómplice. O el momento de exaltación que prometía maravillas, más tarde, en algún tiempo secretamente preservado por celofanes de brillo cautivador, seducción de lo por venir. Pero lo por venir ya está aquí: fijo en el vaho de los espejos y en la resignada toilette matutina, toallas húmedas, pasta de dientes, calor de mayo que reanuda su amenaza, pez boqueante a treinta y no sé cuántos grados de mollera que hervirá sus circunloquios y cocinará con guantes de látex un enésimo arrebato de cordura”.
Desbocado, ciertamente. Apurar cielos pretendo…
Buen saludo.
Buena despedida.
Encadenarías, después, series en paralelo, y te declararías deudor de tus ídolos y constructor privilegiado de efigies con pies de barro y salivas de vivificante fulgor mesiánico. ¡He aquí el nuevo dios, honor y gloria al callo en las rodillas y al anatema a horcajadas de modélica exhibición triunfante! Es quizá la falta de ejercicio, que te va aflojando las neuronas.
Te sugerimos entonces que digas algo sensato, en vez de semejantes tonterías.
Sonríes. Y te vas.
¿Eso es todo, pues?
No, no es todo. Es apenas el algo indefinible que te queda en los pulmones encharcados (¿comenzarás de nuevo?). Hablar a las paredes. Soñar con las paredes. Ir enterrándote en vida rodeado de paredes, con un agujerito para que te hablemos a ras de oreja tiritona. “Estoy cansado. Me agota el esfuerzo inútil. Antes compensaba el brillo de una sonrisa cómplice. O el momento de exaltación que prometía maravillas, más tarde, en algún tiempo secretamente preservado por celofanes de brillo cautivador, seducción de lo por venir. Pero lo por venir ya está aquí: fijo en el vaho de los espejos y en la resignada toilette matutina, toallas húmedas, pasta de dientes, calor de mayo que reanuda su amenaza, pez boqueante a treinta y no sé cuántos grados de mollera que hervirá sus circunloquios y cocinará con guantes de látex un enésimo arrebato de cordura”.
Desbocado, ciertamente. Apurar cielos pretendo…