martes, marzo 31, 2009

Vida cotidiana

Ya en el mundo cotidiano, con postales digamos que turísticas todavía, que asoman cuando entornas los ojos y te dejas afectar por los estímulos de espejismo de la luz (o la desgana…), el regreso a lo cotidiano no puede desprenderse aún de, por ejemplo, el sabor de los mini-tomatitos vesubianos, ubicuos y obligados casi en cualquier comida napolitana… La “Vera Pizza” de tugurio local, por ejemplo, y para qué andar yendo más lejos…
Llevas varios días diciéndote en voz bien alta (para oírte a ti mismo, si te parece) que ya hace tiempo que necesitas un año sabático. Te has pasado toda la semana corrigiendo bodrios de última hora, calculando y poniendo notas absurdas, y oyendo imbecilidades oficiales sobre el fracaso escolar, sus causas y sus supuestas soluciones. ¡Pongamos exámenes en julio!, sugiere el ínclito conseller que se inventó lo de Ciudadanía en inglés, o que sugirió después la necesidad perentoria de establecer el chino mandarín como asignatura optativa para la Secundaria. Va siendo hora, sin duda, de que te jubilen de una vez, ya lo has dicho en muchas ocasiones, como elemento residual de este maravilloso mundo tecnológico-informático-virtual-de-que-te-cagas, rémora, que eres una rémora antediluviana, perniciosa, permanente mal ejemplo para esta juventud alegre y poderosa que encara como debe ser el radiante futuro que preconiza, sin ir más lejos, el nuevo y flamante Duce de todas las Italias, de quien debiéramos tomar ejemplo. No digamos ya nada de Su Santidad y su indispensable cruzada antipreservativo, ni de todos aquellos que numantinamente se manifiestan para que el impío gobierno que tan fraudulentamente se ha adueñado de un Poder que no se merece no les obligue a abortar, ni a matar a sus inmaculados retoños, que no dudan en exhibir disfrazados de bandera en sus multitudinarias concentraciones de patriotas verdaderos (por cierto, te dices…¿y la protección de la imagen de los menores? ¿Qué tal llevarán, dentro de algún tiempo, verse a sí mismos en semejante –y abigarrado- desfile de seres santamente indignados?).
Realidad, dura realidad. Pero mira por dónde, se van a tener que ir jodiendo todos un poco, porque dentro de nada comienza su gloriosa Semana Santa (¿para cuando una verdadera racionalización del calendario escolar?) y te volverás a largar por ahí a seguir gastando tu dinero a pesar de todas las crisis. Porque tú tienes dinero para gastar, insolidario, incívico, en viajes, en vez de en un super mamotreto (cuatro por cuatro, berlina de lujo, deportivo con el que avasallar a los curritos agilipollaos de utilitario elemental…) con el que combatir la verdadera crisis, la de los banqueros, o la de los fabricantes multinacionales de automóviles, auténticos soportes económicos de los mundos de yupi de los que tan aviesamente disfrutas y contra los que te atreves a alzar tu voz contaminada de falaces progresías tras, tras, tras trasnochadas, y tra, tra, tra traicioneras.
Pues eso, preparando el equipaje… Unos días en Las Batuecas, subir a la Peña de Francia, comer y beber adecuadamente, pasear por esos pueblos que subsisten vete tú a saber por qué, existiendo como existe la virtuosa virtualidad que nos ha de salvar a todos de tanto, tanto exceso de humanidad sudorosa y toca-pelotas.
Que te vayan buscando, mientras tanto…

martes, marzo 24, 2009

Nápoles

Antes que nada: la Bahía de Nápoles. Quieres contarnos tu viajecillo fallero, y te plantas ahí, mojón enhiesto con el índice extendido hacia la visión magnífica. El Vesubio, emponzoñado de edificaciones modernas que no pueden con él, que lo delimitan y lo afean, es cierto, pero sin conseguir que el volcán les ofrezca siquiera un gesto de desprecio. Bastará una sacudida, una más, para que vayan todas a tomar viento (repetimos a sabiendas la expresión: homenaje, y guiño, y saludo, y lo que el receptor quiera tomar de nosotros y de la compaña, a su salud y a la nuestra) y se pierdan en las espesuras y entrañas de la tierra que las sustenta. El mar y Capri al fondo. La Costa Amalfitana escondida tras el capricho de los recovecos marítimos. La ciudad a sus pies, maravillosamente ocre y salpicada de cúpulas. Desde aquí arriba (Convento de San Martino, Castillo de San Elmo) no se ven la suciedad ni el abandono, no se ve el gesto aparentemente torvo de la gente que malvive en algunas de sus callejuelas (Barrio Español, sin ir más lejos), no se ven las oscuras maniobras de los diferentes estratos camorristas y demás “proveedores de riqueza popular”.
Nápoles dormita y bulle bajo nuestra mirada, como el sueño de sí misma que tal vez siempre quiso ser. La exuberancia marmórea de los interiores eclesiásticos se te ha hecho (¿sin explicaciones?) más amable que la irreverente grandiosidad romana. La intransigencia meapilas elevó sus templos a la soberbia magnificente que insulta a todas las pobrezas, también aquí, pero no puedes evitar el deleite de las formas armónicas engarzadas en mil colores, las líneas de equilibrio y placidez de San Genaro, por ejemplo, el logro de los artistas que vendieron su trabajo al mejor postor, a costa quizás de su alma de artífices de lo imposible…
En Roma, mientras tanto, la Pietà llora su impotencia (agolpamiento de turistas y flashes incontrolados) a la entrada del gran monstruo: San Pedro. Proliferan a su alrededor las grandes estatuas de los Papas: blasfemias. Blasfemias a sabiendas que te revuelven el estómago. Y sin duda Miguel Ángel, o Bernini, no tuvieron la culpa y las tuvieron todas. Que les quiten lo bailao, y que nos lo quiten a nosotros, si ello fuera posible. La belleza es otra cosa y, sin duda, algún día llenaremos sus traseros (y el resto de sus orificios, ya de paso) de hojas de parra hipócritas como ellos mismos, y sus pedos de incienso aromatizarán el infierno de su condena, y el aullido de tanta miseria condenada en tierra por sus delirios de beatería omnipotente les cantará las cuarenta para toda la eternidad. Así sea.
Pero Nápoles…

jueves, marzo 12, 2009

Balbuceo

Surgiste de un balbuceo. Fuiste personaje que nos imitaba, como un dulce monito. Después, de tu costilla surgió Héctor, y luego Aurora, y más tarde Enrique. Otros hubo que os precedieron, pero acabasteis reinando en la intermitencia de nuestro impulso inconsistente, temeroso.
A veces hay que agradecerle a nuestra tendencia al silencio que nos impida decir en voz alta demasiadas estupideces. Sólo las justas y (desearíamos) en su exacto punto de cocción apresurada. Si Héctor se para a pensar se detiene el mundo. Si Aurora nos sonríe, volvemos a tener veinte años y nos derretimos como monigotes medio jipis que pregonan su inagotable mercancía de utopía permanente. Pero Aurora (ayayayayay) nos mira enfurruñada tras el gesto triste de (después) Sofía, o la mueca emborronada de Katy, la que fue soberana de todos y cada uno de los gatos que velaban nuestro arrebato nocturno, nuestra indolencia cotidiana…

viernes, marzo 06, 2009

Recapitulando

Nacimos en una época en la que nos sabíamos inmortales (¿cómo todos, quizás?) y fuimos descubriendo a ritmo de perplejidad y sobresalto que realmente lo éramos, hasta el borde mismo de nuestra tumba ricamente adornada de epitafios cotidianos.
Aprendimos a fabricar largas y paradójicas frases que resumieran nuestra eterna propuesta de fracasos de elaboración prolija y tenaz, cabezotas y gruñones como fuimos desde el alba de los principios.
Callamos y nos adormecimos al son de las músicas que nos iban gustando, de licores y sahumerios que nos endulzaron la puntita de la lengua y el rabillo de los ojos, hasta la lágrima fácil o el baile desatado.
Gritamos como posesos.
Fuimos derribando puentes y erigiendo viaductos de tropecientos carriles hacia la tierra prometida por nuestros mayores, vejetes treintañeros de barbita y gabán con bolsillo para libros y panfletos. Y nos amamos, y nos inventamos el futuro y grandes trozos de pasado que contar a nietos jamás engendrados por los hijos que no tuvimos.
Nuestra especie, pues, se extingue. Boqueamos, peces en la orilla del definitivo catapum que nos confirme la íntima sospecha: degustamos, pues, nuestra inmortalidad a sorbos de buen vino tinto y nostalgias de aquel París de Rive Gauche en el que pudimos envidiar hasta la angustia a Horacio, y rumiamos de a grandes bocados el llanto de Rocamadour o las elucubraciones insensatas de Gregorovius infinitos…