viernes, febrero 29, 2008

Saltos

Siempre te atrajeron los grandes saltos: desde la anécdota hasta la máxima globalizadora. Algo así como lo que acabas de hacer ahora: encabezar tu frase con el “siempre” que eterniza la experiencia fugaz del ya, del me acaba de pasar y… Un poquillo Wagner nos vas resultando, sí, y un no sé qué de aprecio detectamos por los nietzsches y los schopenhauer de doctrina cristalizadamente pesimista de que te cagas y hasta el reventón final, el pequeño superhombre enfrentado al muro de las lamentaciones (cabezazo va, cabezazo viene…) de cada disyuntiva interna, de cada antítesis galopante dueña de las verdades más contradictorias…
Los paralelismos poéticos se adueñaron de ti hace tiempo: los políticos debatiendo, frente a tu alumna, que ha conseguido leer El Capitán Alatriste sin dejar de ignorar dónde está Flandes o qué es la Inquisición. ¿Qué extraña pelota de palabras incomprensibles habrá penetrado su cabecilla por unos días? Sólo esperas que la evacuación excrementicia del bolo conceptual no haya causado daños irreparables en su sistema básico de supervivencia ágrafa, en su liviano dejarse ir hacia los triunfos juveniles que nuestro maravilloso disney world le depara y le tiene reservados…
Te pedía el cuerpo esta mañana elaborar sentencias definitivas sobre asuntos como este, pero también el cuerpo, sabio él de tanto buscar itacas, encontrarlas y posponer su descubrimiento y colonización para otro día, te pide que lo dejes en paz, que sigas hurgando quizás en la paradoja de tu sisifez impenetrable (subes la piedra de a ratitos, te paras a echar unas copas o a dopar el espíritu, te das un paseíllo por los alrededores…; la dejas caer después apuntando a la cabeza de alguien, no nos vayas a decir quién, sabiendo de antemano que vas a fallar, y vuelta a empezar), en el esfuerzo por lograr que algún humano se te parezca, para que al menos en el futuro tengas con quien charlar un rato de un libro, de una película, de una obra de teatro…
Así que te vas a limitar a esto: leve parrafada sobre la dura realidad. Cómo será posible, te preguntabas de joven, que la gente normal no se dé cuenta de hasta qué punto y desde cuántos lados la explotan, la machacan, juegan con sus vidas, sus cuerpos, sus mentes… Pero es que se dan cuenta. Se la dan. Parece que los seres humanos deseamos mantener la “realidad” vigente porque, tarde o temprano, nos va a dar la oportunidad de explotar, machacar y jugar con alguien más débil o más tonto que nosotros. Es la única justificación que encuentras para la aceptación. Incluida la tuya, claro está, que hablas y hablas (cada vez menos, también es cierto…), pero apenas mueves el meñique, infinita sospecha de artrosis social, uniformada grey optante entre el candidato A y el candidato B, elocuentes muestras de, señora, qué quiere, si esto es lo que hay y el resto no lo vendimos nunca, porque nunca lo vimos. Pero alguien nos lo contó, seguro, y aquí estamos, repitiendo la vieja historia.

viernes, febrero 22, 2008

Silencio

Es el silencio la nueva necesidad revolucionaria. El silencio imprescindible para escucharse a sí mismo, para reconocerse en medio del tumulto. La antigua reivindicación de la palabra para todos sigue quizás viva, pero su degenerada apropiación por el poder (todos y cada uno de los ubicuos micropoderes que nos bombardean con su ruido permanente desde cada ángulo de nuestra existencia) hace urgente un primer movimiento de rechazo: silencio, por favor. Lo constatas durante estos días de trasiego teatral. Es imprescindible reeducar a los nuevos públicos para el silencio, si es que queremos que actividades públicas tan “caducas” como el teatro, la música en directo e incluso el cine sigan existiendo. ¡Muerte a las palomitas! No tiene sentido que un alumno de bachillerato considere que ha habido silencio durante una representación teatral porque sólo había un murmullo de tono intermedio, constante y omnipresente durante toda la obra. El murmullo absorbe. El murmullo devora todo aquello que no es él. El murmullo impide que nadie se olvide de que está entre la masa cotidiana que condiciona sus actos, que los orienta en la dirección de la estupidización colectiva, de la “diversión” barata, pretexto para el consumo alienante (¿retomar el viejo vocabulario de lucha?). Desde el puesto elevado del control de sonido, observas como varios jovencillos se enseñan constantemente las pantallas de sus móviles. Un compañero te dirá después que algunos de ellos se estaban mostrando las fotos que se acababan de hacer en el autobús, durante su traslado a la sala. El colmo de la vacuidad. Hemos pasado de hacer fotos a los “símbolos” permanentemente fotografiados (la torre Eiffel, pongamos por caso), a hacérnoslas a nosotros mismos en el proceso de “ir hacia allí”. Lo importante es mi careto en primer plano, lo demás, no importa. El colmo del yo-cáscara, del yo hueco que no soportaría ni diez segundos de verdadero silencio.
Crees que ya lo has dicho alguna vez: lo único que se les ocurre a los nuevos pedagogos, en cambio, es llenar las aulas de aparatitos diversos que disfracen la banalidad con los oropeles de la técnica. El guirigay permanente, sí, pero amplificado además a través de pantallas, ordenadores, micrófonos de todo tipo y condición. Y sin embargo, es probable que lo que la escuela necesite sea todo lo contrario: la desnudez absoluta, el silencio y la palabra que llene el silencio de sentido. Percibes que estamos en un camino sin retorno: los ruidos diversos campan a sus anchas por lo que queda de cerebros humanos, educados para la permeabilidad máxima: todo los atraviesa, nada queda en ellos. Nuestras cabezas resuenan: migraña universal que nos impide parar, ni siquiera para mirarnos en el espejo. Ningún mensaje puede llegar a nadie, en estas condiciones. Reivindicación, pues, del silencio: silencio quizás también aquí, en la red, donde las imágenes prescindibles y las palabras huecas y repetidas (pero breves, eso sí, no sea que nos mareemos) rellenan los intersticios de la nada cibernética, a todo volumen, a todo color, a todo berrido desenfocado…

viernes, febrero 15, 2008

Tópicos

Lunes, 11 de febrero
Cuantos tópicos se te ocurren en el momento de arrancar. Repetir sin duda la fórmula de éxito seguro, el comienzo trillado que arrastra tras de sí el rebaño dócil de las palabras sabidas: la metáfora y la parábola, las ovejas y el pastor, la grey sumisa y ganada de antemano para la causa. Y sin embargo: qué maravilla el asombro de la palabra intacta, refulgente. Qué paraíso de novedad insospechada. Qué felicidad reconocer eso precisamente que uno quería decir, y no el remedo torpe del verbo rutinario, del cómodo discurso de engarces archirreconocibles y contenidos huecos por gastados…

Viernes, 15 de febrero
Y mira: ayer San Valentín. El tópico de los tópicos, las superventas y quizás las colas de adolescentes en las tiendas de Tous para llenar de ositos más o menos metalizados el reino del disfraz oficial y la borreguería absoluta (todavía no te has recuperado de esa imagen navideña, cierta como que estás aquí, nos lo juras, oye: ¡la cola se salía del centro comercial!)
En tu centro las chicas (sólo las chicas, claro, el reparto de roles goza de una salud excelente, a pesar de todos los esfuerzos (¿?)) organizan una recogida de cartitas anónimas de San Valentín, que luego reparten a los destinatarios, procurando hacerlo en horas de clase, por supuesto, con el consentimiento pánfilo de más de tres y más de cuatro de tus compañeros, profesores “comprensivos”. Es el pretexto ideal para la burla sangrante, para la agresión verbal cruel y mala baba, para vapulear al débil o al rarito. Desde el anonimato, todo está permitido. Pues eso, como decías: ¡qué bellas tradiciones!
Te queda la satisfacción, esta semana, del estreno de vuestra obra, en el salón, para cien alumnos perplejos, algunos de los cuales habrán descubierto en la representación que existe Guantánamo, o que las modas y el “bienestar” nos acercan cada vez más a la estética (¿y la ética?) del mandril amaestrado.

viernes, febrero 08, 2008

Todos los palos pa'l emigrante...

…Y de nuevo la vorágine se llevó otra semana. Te has instalado en el ritmo de escribir los viernes de buena mañana (a nosotros ya casi ni nos hablas), y tú cuando coges una rutina…

Esta tarde viajaréis hasta Montblanc, en Tarragona, a pasar el fin de semana en una casita rural, con un grupo de amigos, para el rito anual de la calçotada. Para los no inciados: el calçot es una cebolla tierna, propia de esta época del año. La calçotada consiste en encender un buen fuego de leña, asar una monstruosa cantidad de calçots, comerlos en torno a la hoguera untándolos en salsa romesco, haciendo lo posible para ponerse perdido de salsa, carbonilla, etc. y zamparse después, ya cómodamente sentados, unas chuletitas, o unas butifarras, o las dos cosas, y crema catalana de postre. Buen vino de Montblanc, y tertulia sesteante…

La semana que viene estrenarás (Des)conectados, tu montaje de teatro escolar. Irás loco, además, porque en Valencia hay un festival de teatro contemporáneo, el VEO, y ya tenéis reservadas ocho representaciones en diez días…

Y mientras tanto el trabajo sigue. Los personajes de El padre de Blancanieves, la novela de Belén Gopegui que ya casi te has acabado (ya nos dijiste: el ritmo lento de la lectura de mesilla de noche…), se lanzan en un momento determinado a recopilar historias que revelen el grado de alienación, explotación y sometimiento casi esclavista de los asalariados actuales, da igual su nivel. He aquí una de esas historias, con un estudiante de 1º de Bachillerato como protagonista. Comenta, en un trabajo de Lengua, un artículo de Ángeles Caso (los artículos se los proporciono yo, por supuesto) en el que se critican las condiciones de trabajo de una asistenta ecuatoriana interna en una casa. Lo habitual: 800 euros de sueldo al mes, sin seguridad social, apenas un día libre a la semana, el salario casi íntegro que vuela directamente a Ecuador… Se pregunta la autora si no es cínico “financiar” de esa manera la “liberación” de la mujer: una esclavitud a cambio de otra (la del “ama de casa”, evidentemente). Conclusión del alumno: se habla de esa manera de las malas condiciones de trabajo de la asistenta porque es emigrante. Hay muchos españoles que viven así, y nadie se preocupa de ellos. Y él, si le dejan optar, prefiere no “liberarse” como mujer, a cambio de no tener que trabajar tanto.
Yo le anoto en el trabajo dos observaciones:
“a) Tus opiniones rozan (?) peligrosamente la xenofobia.
b) Veo que a ti no te importaría quedarte en casita, como “amo de idem”, dependiendo económicamente de modo absoluto de tu “mujercita”.
Sólo faltaba, para redondear la faena, el nuevo plan de contrato-mierda pa’l emigrante que acaba de parir el PP de cara a las elecciones. Sin duda: ¡les dará un montón de votos de los pobres españoles asfixiados por la criminal marea de emigrantes irresponsables que colapsan los envidiables Servicios de Urgencias de los Hospitales Españoles!
¡Arriba España! ¡Viva la Falange!

viernes, febrero 01, 2008

Gopegui-y 2

De nuevo viernes de madrugada, a las siete y media, con los deberes sin hacer. La semana te va devorando el tiempo, y quizás también las ganas, pero al final aquí te tenemos, recuperando hilos y ariadnizando el bosque de tus confusiones, Teseo frente al Minotauro de rostros afeitados en mil caras blandas, pastosas, cínicas, en una palabra: obispales.
Nos ibas a hablar del origen de muchas de tus contradicciones. De la conciencia de “clase obrera”, por ejemplo, que persiste inevitablemente en tus costumbres actuales: los caprichos del niño que fuiste siempre condicionados y supeditados a saber quién eras y dónde estabas, cuánto costaba a tus padres mantenerse y manteneros a flote. El resentimiento quizás entonces, o más adelante, cuando tus compañeros de facultad “liberados” (estudiantes full time) se quejaban, los pobres, de sus desdichas ante ti, camarerillo a media jornada en el negocio (después de tantos años de dar tumbos, mal pagado y con la familia a cuestas) de tu padre. Del combate a muerte (¡a vida!) iniciado en la segunda adolescencia contra los hijos de su Satanás que te convirtieron en un tarado afectivo y sexual para toda la existencia: curitas y curazos, clases de religión y sermones en la iglesia, y primera comunión, y eso no se toca, y el cuerpo es habitáculo sagrado del Señor, y no sé cuántas zarandajas más.
Concluyamos: resentimiento de clase y resentimiento “espiritual” (con muchas comillas). Se te hace difícil tener sensación de culpa por vivir como vives. Eres partidario de pagar muchos más impuestos, defiendes la obligatoriedad absoluta de mantener coberturas universales para todas las necesidades sociales básicas (incluida vivienda, salud, planificación familiar y contracepción…), apoyarías medidas “pasadas de moda” como la nacionalización de la banca, y allá se las compongan con sus “obligaciones internacionales…. Trabajas para el “bien público” como funcionario docente: tratas de imbuir todas esas doctrinas maléficas en las cabezas adolescentes que el sistema te pone a tiro, con bastante poco éxito, por cierto: son cabezotas ya casi impermeables ante la palabra y la presencia ajenas, monstruitos mass-mediáticos, con algún repentino atisbo de lucidez al que te aferras.
Así que de culpable (y lo eres, lo eres…) nada. Culpables son los que han asomado sus caretos en el telediario mañanero con que comienzas cada día. Ellos, sí, los del afeitado baboso, voz meliflua y vestimentas propias de flipe psicodélico: ¡los obispos! Para ellos también tienes “convicciones”: expropiación de todas sus riquezas, expoliadas y robadas a sus legítimos poseedores, aquellos que padecieron persecución y tortura (no olvidamos, no olvidemos nunca…) a cargo de ellos mismos o de sus aliados, los gobernantes “cristianos” de toda época y condición; reducción de su secta a lo que es: una sociedad privada, y, por tanto, eliminación de todo privilegio: fuera de las escuelas públicas, fuera de toda subvención pública: que se paguen ellos sus vicios y demás creencias. Y que ladren todo lo que quieran. Pero que ladren en su casa.
Amén.