martes, octubre 31, 2006

Trenes

Los trenes. Has vuelto a pensar en ellos, tras recordar las mini-excursiones de las tardes melancólicas, sedientas de golpear de olas y figuras solitarias desdibujadas a contraluz sobre la arena… Hasta ese rincón de la playa se llegaba en el trenet, que se cogía en la vieja Estación de Madera. El trayecto atravesaba entonces la periferia de la ciudad, con restos todavía de huerta. Hoy es la línea 4 del Metro: tranvía que aprovecha las antiguas vías, cargado de estudiantes del Politécnico… Y ese rincón de playa se lo comió el puerto, voraz zampabollos con vocación destructora. Ya se llevaron por delante la casita de tus abuelos, en la zona de huerta de La Punta, que ahora es un almacén pseudo clandestino de contenedores. Y ya hace tiempo que en su nombre devoraron la playa de Nazaret, donde “empinabas el cachirulo” (“volabas la cometa”, para los malpensados) en pascua, con el pe’azo bestia de tu primo, experto en construcciones con caña seca y en martirizar al perro del abuelo…
Los trenes. El tren de Cullera, en verano, algún tiempo más tarde. Tu primer año de vida independiente, tu primer año de Universidad, tu primera crisis de mandarlo todo a la mierda para no sabías bien qué… Exámenes en Junio superpuestos al trabajo de verano en un bar de Cullera. Y a través de las ventanillas, los arrozales que durante esos tres meses desplegaron toda su variación, desde el verde apenas entrevisto que empezaba a asomar sobre el agua hasta el amarillo pajizo que el aire veraniego movía, como en esa imagen del Gaspar Hauser de Herzog, con el adagio de Albinoni de fondo (¿o era el Canon de Pachelbel?)… En un extremo de la línea te esperaba Aurora, breves encuentros ansiosos, tras semanas enteras de furioso intercambio de cartas… ¡Cartas, nada menos que cartas, con su sobre y con sus sellos, que tardaban días en cubrir los apenas 40 km. de campos inundados!
Los trenes. El rápido nocturno Valencia-Madrid, del que te hiciste asiduo durante algunos añitos, puntuados por largas visitas a tus amistades villa-cortesanas, osomadroñeras, o como leches quieras que lo digamos (sólo por llamar la atención, reconócelo: el guión no lo justifica…). Las noches en el departamento de literas, viendo pasar la oscuridad traqueteante, hasta las madrugadas, puro Baroja, de lenta aproximación al monstruo urbano, con todas sus decrepitudes, purulencias, óxidos y tripas extendidas, expuestas a tu contemplación como sólo desde un tren puede hacerse, trastienda enferma de tanto despliegue y oropel…
Los trenes. El viaje a Florencia en tren aprovechando una huelga ferroviaria francesa… Las mil y una aventuras en tránsito. Grupo de españolitos apiñado en el pasillo (tú con tu billete de litera a buen recaudo), porque el único tren que pasó iba asardinado hasta los topes… Y aquella señora tan fina que a eso de las siete de la mañana, ante el espectáculo de los cuerpos arrebujados en el suelo, abrió la puerta del compartimento de literas y dijo, con tono de enfado condescendiente: “¿y por dónde paso yo ahora?” (o algo así, porque lo dijo en francés y tú estabas medio dormido…). Todo lo remedió la impresión que te produjo, bastantes horas más tarde, desembocar de repente (tras instalarte en el hotelito que encontraste también de milagro, en la oficina de la estación…) en la plaza del Duomo… ¡Ay, Florencia hace más de veinte años!
Los trenes. Seis de la mañana en Budapest. Año 89. Muro en pie. Fugas constantes desde Alemania del Este. Vagones chorreantes a los que acaban de pasar la manguera: ¡ese es el vuestro! Registros concienzudos. Croacia, de paso: paisaje de vías con soldaditos de uniforme que fuman, extensión de campos con mujeres enlutadas azada en mano… Aún no estás seguro de no haber estado soñando durante todo el trayecto, sueño en blanco y negro o Rossellini transterrado…
Los trenes. Los mismos que ahora utilizas cada vez menos. Los trenes a los que matan con sobredosis de altas velocidades y gilipolleces de todos los colores, pero bien caras, que se jodan los que no quieran carretera, atasco y borregada. Que se jodan los pueblos que se quedaron con una estación fantasmalmente inútil, en medio de la nada. Que se jodan porque el mundo, te dicen, nos dicen, les dicen… está bien hecho.

martes, octubre 24, 2006

Vorágine otoñal (más o menos)

Llegas casi resoplando (¿solidaridad con la ballena que tus amigos islandeses descuartizaban para los telediarios, con mano firme de experto atemporal, y gesto de Snorri Sturluson zampándose enemigos de aperitivo antes de la cena?), nos pides tregua y te confiesas incapaz de bailar catala, respiras hondo, y te justificas… ¡Te acabas de enterar de que el otoño iba en serio, y tú, como en el poema, lo has empezado a comprender más tarde! Seamos ecuánimes: en realidad sales recién duchadito y almorzadito (copa de blanco mañanero incluida) después de retomar la vieja tradición del partido de tenis la mañana que no tienes clases. Te crujen articulaciones, ligamentos, restos de musculación que alguna vez existió y grasillas hábilmente repartidas por tu cuerpo serrano y respingón, mientras avanzas hacia nosotros con tu media cadencia de inevitables próximas agujetas. “¡Soy todo vuestro!”, pareces querer decirnos, y nos dejas en la duda de si tomarte la palabra, hacerte desaparecer de la vorágine otoñal, compartir contigo nuestros mundos volátiles y bien humorados, rescatarte…
Tus rutinas funcionan de repente a toda máquina, y en algún momento de esta última semana has descubierto también que, hasta hace apenas nada, nosotros no entrábamos en tus cálculos. Tratas quizás de halagarnos cuando afirmas que eso te descoloca, que tienes absoluta necesidad de buscarnos ubicación, que volvemos a ser importantes como alguna vez ya fuimos, que… Vale, vale, te creemos. Aquí estás, nosotros te observamos. Has decidido aparcar un poco la famosa carpeta polvorienta. Tu asombro ahora se encamina justamente hacia la cotidianidad recién recuperada… Te empeñas en hablarnos de ella, se te acumulan temas y (seguramente) sandeces que has ido rumiando quizás tan sólo para ti durante todos estos años. Te escuchamos, vocecillas tanto tiempo mudas y de repente sobradas de bocas, y lenguas, y dientes (tan blanquitos, después de pasar por la dentista, ritual incluido en todo regreso a la normalidad que se precie…).
El domingo, dices… Se empiezan a acumular obras de teatro en la cartelera. Quieres verlo todo, o casi. Sofía te dice que vas a tener que empezar a ir solo, que ella se agobia, que también quiere ir al cine, descansar, hacer otro tipo de vida social… Tiene toda la razón del mundo, la pobre. Nos ponemos radicalmente de su lado: ¡eres un maldito obseso, acaparador y exhibicionista! “¿Exhibicionista?”, nos preguntas ligeramente boquiabierto. Sí, exhibicionista, aunque eso quizás no tenga nada que ver con todo lo anterior… Es otra historia que etc. Teatro El Musical, en el Cabañal. ¡Pobre Cabañal! Barrio portuario de toda la vida. Calles en cuadrícula, casitas humildes de dos plantas. Muy cerca, las playas: las Arenas, la Malvarrosa… Años y años dejadas de la mano de Neptuno. De repente, el descubrimiento: edificación, paseo marítimo, negocios y… ¡Copa América! Sobra El Cabañal. Sobran los gitanos y la gente humilde que sigue viviendo allí. Hace tres años se reabrió un antiguo teatro, con una buena reforma y una buena programación: El Musical. Empresa semi-privada. En medio del barrio. Este domingo el panorama era ejemplar: en la nueva plaza a medio acabar, y frente a la puerta del teatro, pululaban niños y jovenzuelos gitanos, riéndose de los extraños payos que pasábamos por allí. El ochenta por ciento de las calles están levantadas por obras. Polvo, porquería, agujeros… Las casas, dignas, sobrias, algunas incluso bonitas parecen retener la respiración mientras grupos de personas toman el fresco delante de sus puertas…
Lo de menos fue la representación, Los astrólogos errantes, texto de Benítez Reyes, música de Rubial, voz grabada de Joaquín Sabina. La verdad es que no valía mucho la pena… En tu cabeza quedó el paisaje. ¿Qué van a hacer estos criminales con tu ciudad, con todas las ciudades? ¿Qué quedará después de tanto Calatrava, tanto barquito de millonarios en Pijolandia, tanta estupidez pagada a costa de nuestra memoria, de nuestros malditos recuerdos de paseos por un espigón libre de edificios, con un libro en el macuto de peludo veinteañero que se venía aquí, las tardes de tanto domingo melancólico, a leer mientras escuchaba el golpeo de las olas, y esperaba secretamente quizás entablar conversación con alguna sirena despistada? No quedará nada. Quedará la dentadura zafia de todos los zaplanas y los trapitos rojos de todas las ritas acosadoras de falleras, vacilándonos a todos con lo moderna que es Valencia y lo famosos y envidiados que somos en el entero mundo mundial. ¡Pena de foto que no hiciste!: valla de obras, agujero con conducciones de nosequé al aire, contenedor tapando el paso de cualquier peatón atrevido, tetrabriks y botellas vacías en el suelo, restos de raspas de pescado escarbadas por los gatos… A menos de doscientos metros de oropeles y mierdas perfumadas… ¡Que les corten la cabeza!

martes, octubre 17, 2006

LÓGICA DE LOS NOMBRES (2006)-y 3

...Y con las mismas te largas cuatro días y nos dejas con las hojas amarillas de la carpeta polvorienta a dos velas y en actitud de paciente reposo, porque el señorito no perdona un puente y se va por ahí de comilonas y hotelazos, como si nada, por las buenas… Vuelves, eso sí, con una imagen enmarcada de paseo marítimo con banquito, al fondo las olas, pasan dos señores mayores (¿alemanes?) en bicicleta, tú contemplas desde una mesa en el interior, con una ensalada estupenda y una tortilla de premio delante de vosotros, Sofía y tú. La imagen recortada en la ventana os permite evitar el horror: ¡no se ve ni un edificio! Y por un momento es casi el paraíso… Cedéis a la tentación de buscar el banquito frente al mar al salir, os sentáis. De un edificio cercano sale una chica que llega hasta la playa, rápidamente se desnuda, entra en el agua, da dos brazadas, vuelve a salir, se viste y regresa por donde ha venido… Sol suave después de la lluvia que os ha machacado todo el día, sonrisa de oreja a oreja… ¡Esto es vida! Por fin regresas, y nos ponemos de nuevo a la tarea…


LÓGICA DE LOS NOMBRES (198¿3?)
y 3


“No, no podía siquiera pensar en seguirla. Ya había llegado, tal vez, demasiado lejos. Esa noche había salido del bar, había esperado a que ella saliese, detrás de mí, había seguido su ruta zigzagueante, la había visto entrar en otro sitio. La volví a esperar. Por fin, junto a ella, cruzando miradas incomprensibles, llegué hasta la puerta de la catedral y encontré un escalón desde el que recordar tantos otros escalones. La misma persistencia de los actos que se habían ido encadenando en el tiempo, la posibilidad siempre de atrapar restos de palabras que yo ya había pronunciado y que me esperaban escondidas en cada lugar, la consciencia de ser yo jugando a escaparme de la necesidad de ser yo… Todas esas cosas negaban la ingenua pretensión de huida que yo creía adivinar en mi estúpido acoso a la loca, tan sólo otra variante en la sucesión de vagares nocturnos, mi particular ejercicio de masoquismos cotidianos. Condenado a reproducir la imagen de Aurora y a prever que, como siempre, volvería a levantarme, volvería a buscar el cigarrillo y a desayunar pausadamente en el bar de la esquina”.
Trató ahora de devolver el gesto que la loca acababa de componer. Mientras sus ojos daban dos vueltas, órbita interna entre los ángulos blanquecinos (y la rojez del círculo de venillas de la madrugada), volvió a convencerse. Faltaba saber de qué. De que los bancos vacíos de la plaza no se habían movido en toda la noche. De que la loca, sentada, se inventaba un nuevo guiño. De que igual daba estar aquí que hablar de cine posmoderno a gritos, por encima de los berridos de Nina Hagen, un millón de watios y sólo cuatro gin-tonics igual ochocientas pesetas. De que ochocientas pesetas son cinco horas de trabajo y cuarenta de reposo desquiciado. De que Aurora estaría, seguramente, durmiendo a pierna suelta. Se volvió a convencer de que mañana le iba a contar su insulsa aventura nocturna al primer boquiabierto profesional dispuesto a bostezar a precio de pocos esfuerzos.

Casi no nos apetece el comentario, pero el documento sobre precios de la época no tiene desperdicio. ¡Doscientas pesetillas la copa! ¡Y Nina Hagen! Tampoco nos ha apetecido insistir demasiado en tu pasado fumador, ni en esas tonterías que a veces te emocionan, estamos seguros, cuando crees que no te miramos… La ingenuidad, la pose de existencial desvelo que apesta a alcoholillos y a local cerrado, en el centro de noches sucesivas sin nada que contar, noches de regreso y despertares una vez más hacia lo mismo… ¡Duros tiempos aquellos, vistos desde la comodidad de tus recientes recuerdos de playa y paseo, de seguridad, ciber-publicación instantánea y aparatitos diversos… !

Se levantó, saltó la verja y procuró que una de las puntas enmohecidas de su parte superior entrara en su abdomen precisamente por el ombligo.
- Eran las seis de la mañana cuando me levanté, expliqué que tenía que irme y comencé a andar. Me giré al llegar al cruce. Cuando me acostaba, eran ya las seis y media.

Y sí. Y a las ocho de ese día, por el deslunado, volvió a sonar la radio inmisericorde de la vecina, en dúo infernal con Julio Iglesias… ¿Koniek?

martes, octubre 10, 2006

LÓGICA DE LOS NOMBRES (2006)-2

Un escalón. Puerta de la catedral. Él (Tú) allí sentado, mirando a la loca. Eran las tantas. La loca quería entrar a la catedral a tocar una tecla del órgano. Sabemos que esto no te lo inventaste: tu imaginación no hubiera llegado jamás a tanto. Asistimos, entonces, a la maravilla: imagen fijada por la escritura que, de otra manera, hubiera indefectiblemente desaparecido de tu memoria. ¡A buenas horas te ibas a acordar tú de ese episodio que, a todos los efectos, es ya sólo un episodio escrito, sin más (y polvoriento, insistimos)! Sí, a veces pensamos que lo único que conservas de lo que alguna vez te sucedió es, precisamente, lo que alguna vez te dio por anotar en tus cuadernos, por otro lado confusos, barroquizantes, redichos y elípticos como ellos solos. ¡Digna presa para nuestra ansiedad locuaz, palabrería recuperadora de insignificancias sin pies y con todas las cabezas (demasiadas)! Si tú lo escribiste, nosotros lo sabemos: no puedes librarte de nuestra presencia: aprendimos a interpretarte ajustándonos a tu paso, regalándote los oídos con algunas de las cosas que querías oír en cada momento, largando por esta boquita lindezas de todo a cien con colgantes dorados y bisutería resultona: somos tus albaceas en esta tierra de promisión, el país de las hormigas tipográficas que desfilan por la página con sonrisa intangible. Ya ni siquiera hace falta que escribas nada: lo hacemos nosotros por ti, y tan ricamente, oiga, le construimos a usted su propia memoria por la cara, sin más, y es que no nos mereces, nunca nos mereciste... Ni siquiera cuando Aurora hacía este mismo trabajo, y nosotros zascandileábamos todavía entre páginas aún no escritas, entre delirios por concebir, a la espera… En fin, era el caso que tú mirabas a la loca, sabiendo que ibas a regresar a tu habitación, la misma habitación que nos sirvió para la Historia de Ángela, y que algo de juego ha de dar aún, sí…


LÓGICA DE LOS NOMBRES (198¿3?)
2
Todavía los últimos restos de aquel pensar en Aurora se le removían entre los hombros encogidos. Calculando las distancias entre la sombra de la que ya sería para siempre, lógica de los nombres, “la loca”, entre la sombra lívida que proyectaban los focos de la iluminación nocturna de la catedral sobre el suelo del callejón, y el recuerdo del cuerpo de Aurora, montado sobre sonrisas envejecidas, se perdía en un ejercicio de masacres, sintiendo la estupidez de su realidad de cuatro de la mañana, soñoliento, aguardando un imposible tras los pasos de los primeros madrugadores, con bocadillos y autobús de empresa en algún lugar de la ciudad.
“Sabía que me iba a ir. Sabía que sólo estaba tratando de demostrarme mi propia capacidad de muerte programada
_______________aquí hemos dudado en la corrección…¿”Pseudo-muerte programada” quizá mejor? Pero bueno, dejemos al chiquillo que se exprese, tampoco hay que ser así…___________, tratando de alcanzar límites de degradación sin peligro, lugares desde donde regresar al primer cigarrillo, áspero de sueños interrumpidos, de un nuevo despertar en la seguridad frustrante de mi cama, de mis libros en la biblioteca, del desyuno en el bar de la esquina, al ritmo de las campanadas de la iglesia, ocho y media, nueve menos cuarto, las nueve. Ese mismo despertar lleno de silencios, como el silencio de la catedral desierta, y repleto hasta la saciedad de la imagen de Aurora, como la imagen de la loca hablando con el gato casual, tras las rejas de la entrada”.

Han pasado varios días desde tu famosa enfermedad matinal, todos ellos encantadoramente festivos. Te sientas esta mañana de martes junto a nosotros, porque los martes tienes clase sólo por la tarde, ya repuesto, y feliz frente a la perspectiva de puentecito patriótico, por aquello del encontronazo de culturas y la Pilarica, sabia combinación de esencias de la raza (juramos y perjuramos que el corrector de Word nos ha clavado inmisericordemente la mayúscula de doña Pili). ¡Los desayunos en el bar de la esquina!, dices en voz alta. Comprobación empírica de que los currantes se metían un buen carajillo o un buen copazo de anís seco para comenzar la mañana en condiciones, mientras tú dabas buena cuenta de cafecito y croissant, que te salía más barato que despejar el fregadero de tu cocina de platos y vasos sucios para prepararte el desayuno en casa… La convivencia, ya se sabe, consiste en discutir a quién le toca fregar, y decidir no hacerlo ninguno… Todo fuera por la animada vida social, os decíais entonces, mientras os planteabais cuál de vuestras amigas iba a aceptar la tarea de asistente a módico precio que desesperadamente urgía, a riesgo de abandono por peligro de infección evidente. Dejaremos para otra ocasión el asunto de género implícito, la ecuación chica-asistente que, cómo no, también aquí se manifiesta en toda su crudeza… Más que avergonzado, nos miras diríamos que suplicante: “pero, ¿no estabais contando una historia?”.

Por fin se levantó y se acercó a ella.
-¿Falta mucho?
-No creo que abran hasta las ocho, por lo menos.
-Pero vas a entrar conmigo, ¿verdad?
-No, no voy a entrar.
-Entonces me esperas aquí, ¿vale?
-Vale.
Se sentaron de nuevo, las rodillas recogidas. La loca ensayaba desvaríos de mirada, que él devolvía desde la seguridad de su inevitable regreso. ¿Por qué no? ¿Por qué no entrar, y seguir después a este verdadero proyecto cumplido de mujer, mujer que debió dejar también, en algún sitio, la amenaza de noches concluidas al fatal abrigo de las cuatro paredes familiares? Seguirla definitivamente hacia el ningún sitio que prometían sus ojos y sus gestos, para dejar, probablemente, de pensar en Aurora, dejar de manipular recuerdos para conseguir mantenerse en pie, olvidar la degradación ficticia para entrar definitivamente en un mundo en el que la degradación ya no importara en absoluto, porque una tecla de órgano resumiría entonces toda apetencia, todo futuro, condensando el pasado en una raya informe con fragmentos de gato en ciudades desconocidas.

Y los magos encantadores, cabe decir, nosotros mismos, ponemos aquí el A suivre (¡y dale con el francés de despedida!), porque en la discusión anunciada en el post anterior hemos decidido que a trocitos, mejor. Y nada nos hará cambiar de opinión. Hemos dicho.

viernes, octubre 06, 2006

LÓGICA DE LOS NOMBRES (2006)


Nadie que escriba reencontrándose dice
La verdad, además para qué
Iba a querer decirla
Si la edad finalmente ha invalidado
Esos hirsutos tramos infidentes
De la historia.

J. M. Caballero-Bonald
(con permiso de Marga)




Cuando ya teníamos resuelto el post-parto de los montes que acabamos de comenzar, vas y decides que te duele la garganta, que comienzas a moquear por encima de las dosis tolerables de fluido atorrante, y que para lo que te lo agradecen no vale la pena el viaje, así que decides enviar a “pastar fang”, que dicen por aquí, a las clases, a los alumnos, y a los esforzados compañeros de guardia que te habrán de cubrir, te tragas un anti-inflamatorio, desayunas tranquilamente y te sientas, tan contento, detrás de nosotros, a mirarnos por encima del hombro. ¡Mira qué bien! Pues nosotros ya teníamos preparado el comienzo, así que, te pongas como te pongas, no pensamos dar marcha atrás.

Y, en efecto, acabamos rebuscando entre carpetas casi olvidadas, revisando tus viejas historias de cuando todavía no nos las contabas a nosotros sino a Aurora, la primera Aurora, la misma que luego desapareció y te dejó midiendo palmos de narices, mudo y cabizbajo. No deja de ser una tarea de urgencia, de la que iremos rescatando, quizás, más cosas. Y aprovechamos la ocasión para hacer ejercicio de crítica, para ponerte tal vez en evidencia, en justo pago a tu largo abandono, a los años de desierto silencioso y duermevela de tics y amaneramientos, que los tuviste, y los tienes, y bien graves, por cierto. Así que si te fastidia, te aguantas.

¡Perfecto! No hay quien entienda nada… Está bien, usaremos los colorines. ¿Vale que cada colorín era una fase de la escritura? Así podemos jugar todos a lectores de Rayuela, ir dando saltos como posesos de cuadrícula en cuadrícula, ir tirando tejos a discreción con cuidadín para no averiar cabezas ajenas, y resguardar la propia bajo el casco de alguna apariencia de orden comprensible. Mientras te duchabas (nos interrumpes sin ninguna consideración, claro) estabas dándole vueltas a la vieja cuestión: maldito razonamiento obsesivo y recurrente. Cada vez que decides ponerte enfermo (no más de dos días al año, hay que joderse) se alinean frente a frente en tu perolo calenturiento los ejércitos combatientes en toda buena conciencia anarco-judaica. A la derecha, con calzón negro, las buenas razones para quedarte en casita, que no creemos necesario explicar porque son evidentes; a la izquierda, a calzón quitado, extrañas consideraciones acerca de las obligaciones personales, la situación de los que no pueden hacer lo mismo que tú (¿el albañil inmigrante, por ejemplo?), la condición esclavizada de los trabajadores del mundo, la larga historia de sangres ajenas que nos permite disfrutar hoy de, por ejemplo, el derecho a ponernos enfermos, la patética actualidad de desorganización sindical, política… Pero…¿quién te has creído que eres? ¿Federica Montseny? ¡Te quedas en casita porque te toca quedarte en casita, y ya está! Lo demás son elucubraciones de cura seglar con cilicio incorporado. Así que déjanos en paz, y léete a ti mismo, a ver si así te avergüenzas con motivo (como decía tu madre cuando se acercaba a ti zapatilla en mano)
LÓGICA DE LOS NOMBRES (198¿3?)
I
Seguía ahí, sentado en un escalón, mirando a la loca que se paseaba delante de la puerta de la catedral. “La loca que espera y habla quién sabe con quién”_____________Ehhh, no queríamos interrumpir tan pronto,pero prestad atención a las comillas… Este de aquí detrás, que ahora no puede vernos porque no nos da la gana que nos vea, no lo sabía aún, pero ya se moría de ganas de hablar con nosotros, aunque ni sospechaba la matraca que le habíamos de dar en futuros, como siempre, más que previsibles____________. Quizá así, con esas palabras, podría contarlo alguna vez. “Yo la busqué, ¿entiendes?, yo la busqué. La vi en un bar mientras me tomaba una cerveza en la última mesa de la noche, pensando en Aurora. Al principio, todavía escuchaba la conversación de algún amigo ocasional, de esos que uno encuentra siempre en los lugares de siempre, ya sabes”.
Todavía el sabor del gin-tonic sobre la lengua. En los ojos, que tendían ya a desfigurar las sombras, bailaba la sonrisa abierta y ausente de la loca, como un espejo. Un maldito espejo. “La seguí porque alguna vez el artista elogió la locura y porque no tenía nada más excitante que hacer. Pero yo sabía que a las seis de la mañana, con las manos en los bolsillos y un buen principio de resaca, iba a regresar a mi habitación, siempre monótonamente persistente, al final del recorrido”. Sentado, deseando que le mirara (mirándola y provocándola con gestos telepáticos de párvulo adivino), deseando que regresara a su lugar en el escalón, junto a él, y le contara de nuevo aquello de que era importantísimo que esa noche tocara, al menos, una tecla del órgano de la catedral, se dio cuenta de que ya había olvidado las explicaciones de la loca, él, el cuerdo. Y qué más daba, cualquier explicación. Él estaba allí, eran las cuatro, hacía frío.

Y justo llegados a este punto, finalizan los documentos de que disponemos. Aprovechamos la interrupción para instaros a que disfrutéis de la virginal tercera persona, normalita y todo, del aguerrido narrador veinteañero, y a que retoméis la historia próximamente (cuando a nosotros nos parezca oportuno, claro). Imaginad mientras tanto que hemos ido a un mercado toledano y que le hemos comprado un manuscrito en árabe rifeño al camello de la esquina, en el que figura una foto a todo color del protagonista sentadito en las escaleras de la catedral, con una vaga figura femenina al fondo… Ese manuscrito nos permitirá continuar en breve plazo… Nosotros, entretanto, nos enzarzaremos en una divertida discusión acerca de si es preferible colocar en el blog una entrada superlarga, o partirla en pedacitos, que siempre dispersan la atención y marean a los impávidos lectores, mes frères (quién nos manda utilizar idiomas que desconocemos… seguro que hermanos no lleva acento…), mes semblables, o algo así, ¿no?