jueves, agosto 31, 2006

Historia de Ángela (1)

Nos dijiste, antes de irnos, que nos querías contar esa historia. Pusiste cara de señor interesante que guarda en su interior joyas inauditas dignas de conocimiento universal y, la verdad, nos diste un poco de pena. Nosotros es que somos muy compasivos y además, ya sabes, te queremos: inmediatamente te imaginamos, sudoroso bajo el ventilador de techo (ese que siempre te recuerda a Bogart en La noche de la Iguana) , haciendo el enésimo patético intento de comenzar, y retrasando un poco más el momento del inicio, con la secreta intención quizás de que el relato se escribiera solo, o de que, por arte de no sabemos qué magias imposibles, surgiera de un tirón en una tarde inspirada en la que todas las circunstancias se pusieran de acuerdo contigo para acabar con tu proverbial pereza…
Ya tenías pensado el principio: tú en tu habitación de estudiante, un colchón tirado sobre unos paliers recogidos en la calle, mesa y sillas mugrientas, cajas de madera a modo de estanterías y los folios y apuntes de las oposiciones esparcidos un poco por todos sitios, en situación de aburrido olvido y escasa voluntad combativa… ¿Qué estarías leyendo entonces? Imposible recordar. Tu memoria siempre ha sido un pozo sin fondo del que nada, nunca, jamás, volvió a salir indemne, y ejércitos de olvido en perfecta formación rumian hechos, detalles, pensamientos, lecturas… hasta no dejar de ellos más que las raspas miserables a las que a veces te agarras para intentar explicar (de vez en cuando a ti mismo) quién eres, en qué soñaste o por qué extraños pasadizos y divagaciones viniste a ser este que tantos disgustos nos da y tanto cariño nos merece… Precisamente por eso siempre te llamó la atención la percepción tan nítida que quedó en tu memoria de ese despertar difuso, a golpes de aldabonazo… El sonido se había colado en tu sueño, y estuviste un buen rato en duermevela negador, “ese sonido no existe”, hasta que caíste en la cuenta: a vuestra casa se accedía por una puerta con aldaba, a la vieja usanza, sin timbres ni ningún otro invento del maligno, casi como casa de pueblo en medio de la ciudad… Y a Rafeta y Aarón, tus compañeros de piso, les debía estar pasando lo mismo que a ti…
Abriste un ojo, el otro, te incorporaste, te acercaste a la ventana, que daba justo sobre la puerta de la calle (la puerta se abría a una escalera, por la que había que subir hasta el primer piso), asomaste la cabeza… Y la volviste a recoger, incrédulo, más bien convencido de que todavía dormías. La chica que estaba abajo se debía haber equivocado de casa… Esa especie de ángel rubio, aunque eso sí, claramente sexuado, delicadamente sexuado, divinamente sexuado si hemos de seguir con el símil, no podía tener nada que ver con tus compañeros, y tú estabas descartado, porque no la conocías… Como los aldabonazos continuaban, te decidiste a asomarte de nuevo y preguntar… La chica buscaba a Aarón, que debía haberse quedado dormido… Y sólo a Aarón se le podía ocurrir seguir dormido habiendo quedado con semejante enviada de los cielos inexistentes…

domingo, agosto 27, 2006

De festivales y otros pretextos

Es siempre el teatro, en lugares y situaciones diversos. Son los espacios de tu ciudad, o la marabunta de los festivales, bajo el sol imposible de estos veranos brutales… En un pueblo como Almagro, por ejemplo, lo teatral se multiplica: el público cobra vigencias inesperadas, y los autobuses de jubilados que descargan en la plaza su colección de señoras ávidas de movimiento y paseo, de actividad y vida congelada, son tan protagonistas como los propios actores, o como ese público “profesional” entre el que te incluyes, habitual y entendido, deformado quizá, incapaz quizá de la pulsión original, de la relación básica y sin intelectualizar: la representación y sus destinatarios… Claro que este teatro no está hecho para este público… ¿O sí? Las señoras que ahora se toman su cafetito en la mesa del bar, a tu lado, recibirán luego, junto a ti, el verso de Calderón, desde la “arqueología” oficial y “bien hecha” (vestuario, iluminación, dicción…) de la CNTC, por ejemplo. Saldrán felices, contentas, y un poco cansadas, y contarán que estuvieron en el teatro y que vieron una obra muy bonita sobre… ¿Sobre qué? ¿De verdad siguen teniendo sentido esta especie de modernas “Misiones Pedagógicas” (cobrando, por supuesto)? Tú tiendes a contestarte que sí, que Calderón puede reinar sobre los tomates televisivos, aunque sea por una noche, y aunque sea Calderón, qué remedio (por muy desactivados que estén, el honor, la honra, los celos y sus muertes no son temas precisamente adecuados para la divulgación cultural…)… Por un día, el sentido de las conversaciones cambiará, y estas gentes hablarán de teatro, y todos nos sentiremos un poco mejores, más cultos y más civilizados… Vale. ¿Y los jóvenes?
Bueno, tú a fin de cuentas trabajas con ellos, y hasta les ofreces cada año la posibilidad de ver y escuchar un teatro diferente (aunque sea el único que al final van a conocer), hecho además por ellos mismos. Cambiemos los textos. Rodrigo García por Calderón. Cambiemos los temas. Violencia en las aulas por honra. ¿No te quedas con la sensación, después de todo, de que los jóvenes son como los jubilados? Hablarán un rato de teatro, de lo loco que está el de Lengua, de lo bueno o de lo gordo que está uno de los actores o de las actrices… Y volverán luego a sus cables y a sus aparatitos, sin saber muy bien, ni siquiera ellos, si han entendido algo o si es que había algo que entender. Educación y elites. Masa y privilegiados. Los que se salen del redil. Los que intentan pastorearse a sí mismos, a riesgo de perderse siempre y cada una de las veces, dudando…¡Dudando! Pero…¿quién duda de algo hoy día?
Tú dudas. Te gustaría escribir bonitas crónicas de las obras que has visto en Almagro: La gran Zenobia, con los jóvenes de la RESAD; El coloquio de los perros, en versión casi de calle y clown, teatro dentro del teatro con otra vuelta de tuerca; Amar después de la muerte, de la CNTC. Te encantaría hablar del gusto que da ver tanta gente movilizada para ver y hacer teatro, tantos espacios restaurados gracias al Festival. Te gustaría después contar la versión en clave gitana de la Odisea que has visto en Mérida, y lo mucho que te ha gustado esa mezcla de jazz, flamenco y clásica de su música en directo… Pero al final te quedas con la rabia de aguantar a un público reconvertido en un flash continuo de fotografía digital y lucecitas de móviles en la oscuridad que debiera ser casi sagrada del teatro romano, o con el comentario demoledor de alguien a la salida… ¿Cómo se llamaba el Jefe de Estación?... ¡Homero, era Homero, un Homero que lee su Odisea a un grupo de gitanos que van camino de campos de concentración nazis…! ¿Qué habrá entendido este señor, que afirma que todos los imperios caen por lo mismo, que por ejemplo en Roma todo se debió a la pelea entre los faraones? No hay duda: eres un pedante intransigente, y no entiendes a la gente sencilla del pueblo, la que de verdad importa, la que, a fin de cuentas, paga tu sueldo con sus impuestos, funcionario de mierda…
En fin, en eso has andado estos días previos a la reclusión estudiosa en la casa del pueblo extremeño, liberado de tareas más prosaicas y dispuesto a eliminar las toxinas del curso escolar, venenito puro que conviene purgar antes del regreso… Prepararás la obra del año que viene, buscarás textos, pegarás, recortarás y… ¡novedad!... nos lo irás contando a nosotros, que hemos vuelto, que estamos aquí, espías, chivatos, dispuestos a divulgarlo todo… cuando nos podamos conectar, claro está…